lunes, 3 de marzo de 2014

Una chica encantadora

Lola miró por última vez la fachada del imponente edificio que tenía frente a sí antes de decidirse a entrar. Cogió aire, alzó la barbilla y caminó decidida hacia la puerta. Esta era su última oportunidad de volver a la vida activa, laboralmente hablando. Aunque lo que más molestaba a Lola de esta inactividad era la dependencia económica que esto le había causado: el regreso a casa de su padre bajo el yugo asfixiante de su madrastra, o como ella la llamaba : “la bruja de silicona”. Y por si esto no fuera poco, Lola tenía que aguantar a su insufrible hermanastra, la siempre encantadora a ojos de todo el mundo: Isabel; más conocida como Isabelita, la niña de las sonrisas bonitas.
Pero a Lola ni su insufrible madrastra que estaba decidida a aparentar menos de los cincuenta años que en realidad tenía ni su pedante hermanastra la engañaban. Su padre había puesto los ojos en Pilar el día que la conoció en la clínica de cirugía estética de la que él era dueño. Pilar logró embaucarlo aparentando una bondad de la que carecía, y al final , su padre, a quien siempre había juzgado como hombre inteligente y de razonadas decisiones, terminó por convertirse en un tonto de remate cuando cayó en la trampa de Pilar y se casó con ella un año después de conocerla.
Desde entonces, Lola se había marchado de casa, cansada de las continuas puyitas que su madrastra le lanzaba cuando su padre estaba mirando hacia otro lado. Había conseguido un empleo como contable en una empresa que, contra todo pronóstico, había realizado un ere hace seis meses. En resumidas cuentas; Lola estaba en la puñetera calle.
Tras seis meses de tensa convivencia en los que Lola había acudido a varias entrevistas de empleo sin hallar resultado alguno, estaba de nuevo en otra entrevista. Pero Lola no se dejaba avasallar ante las adversidades, véanse adversidades como la alternativa obligada de vivir en la casa de la mujer silicona y la niña de las rabietas tocacojones. Así que el temor de continuar en aquella casa le hizo armarse de la mejor de sus sonrisas, aferrar su maletín bajo el brazo y emprender el camino hacia la empresa.
Porque todo el mundo sabe que cuando encaramos una situación con nuestra mejor sonrisa la vida nos tiende una mano. Porque Lola estaba segura de que en este momento, en el que su cuenta corriente marcaba cero y en el que tenía que aguantar a su pedante familia política nada podía salir mal. Porque todo el mundo sabe que cuando se ha tocado fondo lo único que se puede hacer es salir del agujero. O no.
El golpe que le asestaron la tiró de culo ante la puerta de la empresa. Su maletín quedó tirado en la acera y el cierre, que no había podido arreglar debido a sus escasos ahorros, se abrió y los papeles que guardaba dentro fueron a parar a un charco cercano. Lola se palpó la frente, allí donde un poderoso hombro masculino la había golpeado. Un poco mareada, Lola alzó la cabeza hacia arriba para observar al culpable de su reciente caída.
Ojos azules, cabello castaño y rapado y barba cuidada. Vestía un impecable traje oscuro y la observa con mala cara. Lola se sintió menuda y desamparada bajo aquella presencia imponente, y su carácter iracundo afloró de inmediato al percatarse con gran incredulidad de que él seguía observándola con detenimiento sin prestarle ninguna ayuda.
¡Incluso juraría que lo había pillado mirándole los muslos!
—¡Debería usted utilizar gafas!—le gritó.

Álex contempló a la mujer que tenía frente a sí. Evidentemente aquella mujer estaba mal de la cabeza, pues había entrado por la puerta de salida en vez de utilizar la de entrada. Aunque debía admitir que era guapa. La observó tirada en el suelo, y no pudo evitar sonreír. Aún tirada en el suelo, la chica, que debía rondar los últimos años de la veintena, poseía cierto encanto adorable. Ojos color miel, alborotado pelo castaño y una figura grácil que haría las delicias de sus manos expertas. Se imaginó acariciando el interior de su muslo, ese que ahora miraba con tanto detenimiento y…
—¡Borra esa sonrisa de idiota y ayúdame a levantarme!—exigió ella.
¿Lo había llamado idiota?
Álex borró la sonrisa de un plumazo y apretó la mandíbula. Aquella mujer no tenía nada de encantadora.  Malhumorado, la asió de un brazo y la levantó hacia arriba con cierta brusquedad. A pesar de su irritación, no pudo evitar sentirse extasiado por el olor que ella desprendía, una mezcla de rosas y flores silvestres.
Lola abrió mucho los ojos cuando aquel rudo bárbaro de las cavernas la levantó como si se tratara de una pluma. Aquel hombre no tenía educación ninguna, aunque…era condenadamente atractivo y a ella se le aceleró el pulso al fijarse en su rostro con mayor detenimiento. Tenía una mueca apenas imperceptible en la barbilla, el mentón cuadrado y el rostro ligeramente anguloso. Los labios jugosos y tentadores, que en aquel momento mantenía cerrados firmemente con su rostro en tensión. Al notar el fastidio de su expresión, Lola borró su cara de boba y se apartó de su agarre.
—¿Dónde te has dejado la educación?—bramó.
Él enarcó una ceja y la miró con incredulidad.
—¿Y a ti dónde te enseñaron a leer?
Lola no entendió a lo que él se refería, hasta que observó lo que él le señalaba. La puerta por la que ella había intentado entrar lucía un cartel tan grande y llamativo que se sintió tonta de remate. SALIDA. En rojo y en mayúsculas, por si a alguna lerda como ella se le antojaba utilizar la puerta equivocada.
Arrepentida, estuvo a punto de disculparse, pero la sonrisa de satisfacción de aquel extraño golpeó su orgullo.
—Igualmente eres un maleducado. Deberías haberme preguntado qué tal estaba.
—Lo habría hecho si me hubieras dado la oportunidad, pero en seguida empezaste a insultarme—replicó él.
Lola no estaba dispuesta a darle la razón a aquel bruto, sexy y arrogante hombre de ojos azules, así que contraatacó con toda la mala leche que llevaba acumulada desde por la mañana. Isabelita le había arrebatado las magdalena que ella misma había cocinado para su padre, sabiendo que eran sus preferidas.  Y se las había regalado ni más ni menos que al repipi de su novio. Aquello la había puesto furiosa. Muy furiosa.
—Lo dudo.  Estabas demasiado ocupando mirando mi muslo—le dijo, con una ceja enarcada y evidente descaro.
—Ni hablar. Estaba observando con gran vergüenza ajena el ridículo que acababas de protagonizar.
Lola apretó los dientes, sin darse por vencida.
—Estabas mirando mi muslo. Estoy segura de lo que vi.
—Yo que tú no tendría demasiada confianza en tus ojos—él le señaló el cartel de “salida” y comenzó a reírse de ella.
Lola lo ignoró, cansada de aquel hombre que se estaba riendo de ella. Nunca había llevado demasiado bien las críticas, pero aquel hombre, en pocos minutos, la había llevado a un estado cercano a la ira. Claro está, luego estaba aquella parte de desear quitarle la camisa y comenzar a devorarlo que ella intentaba ignorar.
Se agachó y recogió los papeles que habían caído en el charco. Al tomarlo entre sus manos el papel se deshizo, por lo que que suspiró y guardó lo que había quedado a salvo dentro del maletín.
—No hace falta que me ayudes—le dijo malhumorada.
—No iba a hacerlo—respondió él con despreocupación.
Lola terminó de meter los papeles dentro del maletín y lo cerro, pero al contemplar su reflejo en el cristal de la empresa, se percató de que aquel descarado le estaba mirando el trasero sin esforzarse en ocultarlo.
—Ahora me dirás que no me estabas mirando el culo—lo increpó ella.
Se levantó para mirarlo, y por una milésima de segundo, la sonrisa de él la desarmó. Sólo un poquito.
Álex no pudo evitar sonreír cuando se percató de que al enfadarse, aquella chica fruncía el entrecejo y apretaba los labios. Sí, definitivamente tenía cierto encanto que él no podía obviar.
—Estás en lo cierto. Estaba mirando tu trasero, pero no te hagas ilusiones, es de lo más común—le dijo para provocarla.
Volvió a reír cuando observó como ella se indignaba y se cruzaba de brazos.
—Mujer…no te pongas así, yo le doy un notable.
Lola se tragó toda su mala leche, esbozó una fría sonrisa y le dijo:
—Pues yo a ti no te doy ni un aprobado.
Y dicho lo cual, caminó hacia la empresa, esta vez, entrando por la puerta correcta. Lo escuchó reírse y no pudo evitar irritarse de nuevo, pero cuando se perdió dentro de la empresa y dejó de escuchar el sonido de su risa, no pudo evitar sentirse un poco sola.
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—¡Papá he conseguido el trabajo!—le gritó con gran entusiasmo.
Su padre la estrechó entre sus brazos y le dio un fuerte abrazo.
—Sabía que lo conseguirías—le dijo.
Lola disfrutó al observar la mirada de fastidio que le dedicaba la bruja de la silicona. En ese momento llegó Isabelita, quien desde que tenía novio, se había convertido en una chica más pedante, si acaso era posible.
—Enhorabuena Dolores—le dijo secamente.
—Lola, me llamo Lola—la corrigió, sabiendo de sobra que Isabel la llamaba así porque sabía que aquello la molestaba.
—En tu DNI pone Dolores, ¿Verdad que tengo razón mamá?
Pilar asintió encantada de la vida, y Lola apretó los dientes.
—Isabelita tiene razón—asintió su madre.
—Pues en su DNI pone Isabel—replicó Lola.
Madre e hija la miraron con fastidio.
—Todo el mundo sabe que utilizar un diminutivo es lo más corriente, Dolores.
—No entiendo yo por qué utilizar un diminutivo cuando hace el nombre más largo, María del Pilar—le dijo a su madrastra, para molestarla, a sabiendas de que utilizar su primer nombre la irritaba.
La bruja de silicona le echó una mirada molesta, pero cuando se percató de que su marido la estaba mirando, le sonrío dulcemente. O al menos, todo lo que le permitió su rostro lleno de bótox.
—Dolores, ya que has conseguido el trabajo ¿Qué tal si salimos a celebrarlo?—le preguntó Isabelita, la niña de las sonrisas bonitas.
—¿Eh?
Aquello pilló de improviso a Lola, quien conocía lo suficiente bien a su hermanastra como para averiguar que bajo su oferta existían las intenciones menos buenas.
—Isabelita y yo íbamos a ir hoy al cine, ¿Te apuntas?—le preguntó su madrastra.
Ahora lo entendía. Aquellas dos querían llevarla al cine para que fuera con ellas a una de esas películas cursis que ellas sabían que tanto detestaba. Querían hacerle pasar un mal rato, por lo que Lola esbozó la mejor de sus fingidas sonrisas y contestó.
—Qué amabilidad la vuestra, pero no me apetece. Estoy muy cansada.
—¡Vamos Lola! Nunca hacéis nada juntas—la animó su padre, quien desconocía las intenciones malévolas de aquellas dos arpías.
—Sí, Dolores, lo pasaras bien con nosotras.
—Déjala mamá, nunca quiere hacer nada con nosotras—se quejó Isabelita, en otra de sus rabietas que la hacían quedar como Isabelita, la niña de las sonrisas bonitas. Mientras que Lola se convertía en el ogro gruñón.
Su padre se la llevó aparte, al tiempo que Lola ya sabía lo que se avecinaba.
—Papá…no empieces.
—Lola, ellas sólo quieren llevarse bien contigo, ¿Por qué no pones de tu parte?
Lola suspiró. El amor cegaba a los hombres.
—Papá, ellas sólo quieren molestarme, ¿Es que no lo ves?—se quejó.
Su padre la miró extrañado.
—Si quisieran molestarte no te invitarían al cine. Quieren ser tus amigas. Pon un poco de tu parte, hija. Me harías muy feliz si te llevaras bien con ellas.
Media hora más tarde, y por ver a su padre feliz, Lola aceptó acompañar a Pilar e Isabel al cina. Antes, sin embargo, exigió que verían la película que ella deseara. Como lo había hecho delante de su padre, Isabel y Pilar no podían quejarse, por lo que aceptaron de mala gana.
Así que allí estaba Lola, viendo una película de miedo junto a aquellas dos petardas. Aquella era una situación surrealista, pero su vida, definitivamente, también lo era.

Álex se sentó en la butaca del cine junto a sus dos amigos. La película acababa de empezar, pero los gritos de tres mujeres sentadas delante suya no lo dejaban disfrutar de aquella noche de cine. Agudizó el oído para escuchar mejor la conversación.
—Sé bien que has elegido esta película para molestarnos—dijo una voz—¡La pobre Isabelita está muerta de miedo! Eres mala Dolores, aunque tu padre no quiera darse cuenta.
—¡Mira quién fue hablar, la bruja del botox!
Aquella voz….aquella voz…
—¡Mamá, esta película es un asco!
—¡Mira lo que has hecho, Dolores! Isabelita se va a casar dentro de poco, está muy nerviosa y estos sofocones no le vienen nada bien para la boda.
—¡Nooooo! No me digas que por fin has encontrado a otro tondo que te mantenga—se burló la voz.
—¡Dolores, menos mal que ya te vamos a perder de vista otra vez!
—¿Y tú, María del Pilar, sigues viviendo de la sopa boba mientras mi padre te pincha silicona para que no envejezcas nunca?
Álex no pudo más. Estaba molesto ante aquel espectáculo que no le dejaba disfrutar de la película, pero aún así, la perspectiva de reencontrarse con la encantadora brujita de mejillas sonrojadas lo excitó de inmediato. Aquella chica tenía algo que lo volvía loco.
Le tocó el hombro para que ella se volviera, y cuando lo miró con aquellos ojos castaños vivaces, sintió un potente deseo en su entrepierna.
Lola observó con incredulidad al hombre de la empresa. Ahora lucía una simple camiseta blanca bajo la que se ceñían unos poderosos músculos, y unos vaqueros desgastados que caían con gracia sobre sus caderas.
—¿Vas dando el espectáculo allí por donde vas?—le dijo él.
Lola observó por el rabillo del ojo como Pilar e Isabelita enmudecían y se les agrandaban los ojos. Se sintió celosa, como si aquel hombre le perteneciera de alguna forma que ella no atendía a comprender.
—Ya hemos terminado. Siéntate, que molestas a los de la fila de atrás—le espetó.
—Me sentaré cuando yo quiera—replicó él.
—Shhhh—los instaron a callarse algunos espectadores.
—¿Ves cómo sigues molestando?—se burló él.
—No estaría molestando a nadie si tú te sentaras de una vez.
—Me sentaré cuando lo hagas tú.
—Pues yo me sentaré después de ti.
Aquello era ridículo, y sin saber por qué, Lola sintió deseo de seguir discutiendo con aquel extraño de una forma más íntima. En la cama, en la lucha bajo las sábanas en un cuerpo a cuerpo desnudos. Se imaginó cómo debía ser tenerlo entre sus muslos y…
—Señorita, caballero, hagan el favor de abandonar la sala. Aquí no se puede hablar.
Ambos se volvieron incrédulos hacia el acomodador, quien los enfocaba hacia la cara con la linterna.
—Le juro que ha sido él. Yo no lo conozco de nada—se quejó Lola, haciéndose la inocente.
Los ojos de Álex se abrieron con sorpresa.
—Haga el favor de llevarse a esta alborotadora. No me deja ver la película.
El acomodador los miró a uno y a otro sin saber qué hacer.

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Cinco minutos más tarde, Lola y Álex estaban fuera del cine. Lola lucía consternada, pero Álex parecía encantado de la vida. Ella se cruzó de brazos y lo miró malhumorada.
—Es la primera vez que me echan de un sitio. Esto es culpa tuya—le dijo.
—¿Mía?—se señaló él—pero si eres tú la que no paraba de gritar.
—Sí, pero me han echado cuando discutía contigo. Me voy a mi casa.
Lola comenzó a caminar hacia la calle solitaria, pero para su sorpresa, y alivio, él la siguió y se interpuso en su camino.
—Es culpa mía.—aseguró él.
Ella lo miró extrañada.
—¿En serio?—dudó.
—Sí. Así que déjame resarcirte de alguna manera. Te invito a tomar una copa.
—No.
—Un helado.
—No.
—Un polvo.
Ella alzo una ceja, excitada por la promesa ardiente que él suponía. Avanzó hacia él sin dudarlo y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Dame una buena razón para aceptar tomar una copa contigo—le dijo de manera provocativa.
Sin pensárselo, Álex la tomó de la cintura y la besó urgentemente. La reclamó con los labios, de  la manera que había deseado hacerlo esta mañana. Le demostró lo mucho que la deseaba apretándola contra su cuerpo y enseñándole la erección de sus pantalones. Cuando terminó, la asió por los hombros y la obligó a mirarlo.
Lola respiraba entrecortadamente. Tenía el pelo revuelto y las mejillas sonrojadas. Parpadeo repetidas veces tratando de recobrar el control sobre sí misma. Cuando lo logró, balbuceó unas palabras de manera débil.
—Esa….es…una…buena razón.
Él sonrío encantado, la cogió de la mano y la obligó a seguirlo. Aquella iba a ser una noche prometedora.


CONTINUARÁ….MAÑANA EL DESENLACE.

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