viernes, 15 de abril de 2016

Capítulo 1 y capítulo 2 de "Cuéntaselo a Debby"

Sección de sociedad de la revista Actuality.

Una chica llamada Debby Parker
Cuentan las malas lenguas que la celebridad de la MBC arrastra un pasado que ha forjado su temperamental carácter. El fallecimiento de su padre, el acoso escolar sufrido en la infancia y las continuas infidelidades de su primer amor parecen haber construido una nueva Debby que poco tiene que ver con la chiquilla débil de la que todo el mundo se burlaba. (…) ¿Pero qué se esconde tras la inalcanzable rubia? ¿Una buena campaña de marketing? ¿Una mujer implacable capaz de pisar a todo aquel que se interponga en su camino?
Por Holly Turner

1. El sueño americano
A aquella hora de la mañana el gimnasio estaba desierto, a excepción de las dos personas que se lanzaban golpes en el ring central. Tan sólo se escuchaba el sonido de los guantes de boxeo cortando el aire, y la respiración agitada de la mujer que trataba de esquivar los ataques rápidos de su oponente. En posición de guardia, con una pierna adelantada y los brazos flexionados para defenderse, eludió el broche de izquierda de su contrincante y atacó con un directo de derecha. La figura masculina apenas se movió a causa del impacto, pero le lanzó una mirada satisfecha. Furiosa consigo misma, la mujer arremetió con una patada circular baja.
¡Mantén la mente fría! La ira no te servirá de gran ayuda. Piensa los golpes, anticipa mis movimientos... ─le indicó el instructor.
Debby trató de hacerle caso, pero al recibir un gancho amortiguado por su casco, soltó un gruñido y cargó contra él con todas sus fuerzas. Parecía un toro bravo al que le habían colocado un pedazo de tela roja delante de los ojos. Lo cierto es que detestaba perder.
Con un único movimiento, Ted la derribó al suelo.
En el kick boxing están prohibidos el codo y la rodilla ─le recordó.
Debby aceptó la mano que él le ofrecía para levantarse. En aquel momento, se sentía patética y débil.
Para ti es fácil decirlo, no te están dando una paliza ─bufó.
Se llevó las manos al costado derecho, que le ardía a causa del puñetazo recibido. Sospechaba que al día siguiente luciría un antiestético moratón. El deporte de contacto ─la actividad física en general─, nunca había sido su principal talento. Tal vez por ello estaba tan empeñada en superarse a sí misma. Quería creer que no existía disciplina en el mundo que se resistiera a Debby Parker.
Auch ─se quejó.
Podríamos parar ─sugirió Ted.
Debby lo fulminó con la mirada. En su mente, fantaseó con la idea de propinarle un codazo, pero todo lo que hizo fue atacarlo con una patada circular alta que él frenó sin esfuerzo alguno.
¿Sabes cuál es tu problema? Que golpeas por encima de tus posibilidades ─la provocó.
¡Y un cuerno!
Lanzó una ofensiva de múltiples movimientos que el instructor sorteó mientras reía, hiriendo su orgullo.
Debby... Debby... apuesto a que estás demasiado ocupada pensando en el nuevo color de tu laca de uñas.
Con toda su fuerza, el directo que empleó golpeó la protección de la cabeza de él. Entusiasmada, emitió un sonido parecido a una carcajada mientras se felicitaba a sí misma. El timbre de su teléfono móvil provocó que ella girara la cabeza hacia la mochila situada en el otro extremo del ring, olvidándose por un segundo de su contrincante. Aprovechando su despiste, Ted la abatió de una patada.
Debby despegó el belcro de sus guantes, los arrojó todo lo lejos que pudo y se tumbó boca arriba, jadeando con la lengua fuera.
¡Me rindo!
Si sigues así, tendrás una carrera tan corta como la de Hillary Swank en Million dollar baby.
Debby hizo una mueca. Acabar con una silla estrellada en la cabeza no era su idea, aunque tal y como estaban las cosas últimamente...
Algún día haré que te tragues tus palabras ─bromeó.
¡Mira cómo tiemblo! ─río Ted. Suspiró al ver que ella se arrastraba hacia su mochila para buscar el teléfono móvil con ansiedad─. Por tu bien, deberías aprender a dejarlo sonar alguna que otra vez. Te tiene esclavizada.
Debby lo ignoró, descolgando la llamada.
Debby Parker ─saludó, con aquella voz estudiada y formal que empleaba para las cuestiones relacionadas con su trabajo.
¡Oh, Debby, menos mal que te encuentro! ─la alterada voz de Paolo, su ayudante personal, le retumbó en el cerebro─. Te he llamado varias veces al teléfono de tu apartamento, y te he dejado miles de mensajes en el contestador. ¿Dónde demonios estás? ¡Se supone que deberías estar en la peluquería arreglándote para la entrevista que tienes en dos horas.
Debby se llevó las manos a la cabeza. Había olvidado por completo la entrevista para Actuality. En los últimos días había tenido la agenda tan apretada que apenas pensó en ella. Se suponía que una tenía un ayudante personal para que funcionara como aquella memoria que a veces se empeñaba en olvidar ciertos eventos importantes. Por desgracia, estaba tan absorbida por el trabajo y la preocupación de los últimos índices de audiencia del programa que tenía la cabeza en mil cosas.
Necesito que me recojas en cinco minutos. Estoy en el gimnasio.
Paolo soltó un alarido.
¡Sudada y despeinada, lo que faltaba! ─gritó una retahíla de palabrotas que en alguien como él resultaron demasiado cómicas para ser tomadas en serio─. Date una ducha. Traeré conmigo a la peluquera. Tendrá que hacer lo que pueda dentro del coche.
Colgó el teléfono y se echó la mochila al hombro para dirigirse hacia el vestuario.
¿Un día duro? ─se interesó Ted.
Debby pensó en los malditos índices de audiencia. No importaban los éxitos pasados, sabía de sobra que la victoria en televisión era algo efímero. Hoy eras alguien y al día siguiente aparecías en una revista del tres al cuarto con el rótulo: ¿Qué fue de Debby Parker? ,y varios kilos de más repartidos de forma injusta en su cuerpo. Se estremeció de sólo imaginarlo. Si no hacía algo pronto, alguien llegaría para arrebatarle su querido programa. Intuía que se avecinaba la guerra, por lo que dejarse ver en los medios de comunicación para mostrar su cara más radiante podía ser una buena jugada.
Debby le dedicó su mejor sonrisa.
Sobreviviré.
***
Se encontraba en un embotellamiento, con los nervios a flor de piel y el presentimiento de que Holly Turner la destrozaría.
Que lo intente, masculló para sí.
Holly era una arpía periodística cuyo pasatiempo favorito era inventar chismes sensacionalistas con los que inflar los titulares. Durante los años que Debby llevaba en pantalla, había despotricado tanto veneno sobre ella que ya estaba curada de espanto. Desde ídolo de lesbianas hasta feminista absurda, había perdido la cuenta de los insultos que le había dedicado la periodista. Estaba acostumbrada a encontrarse en el candelero, siendo al mismo tiempo alabada con fervor y odiada con entusiasmo a partes iguales.
Para Debby había dos clases de hombres, y ninguno de ellos servía en absoluto para nada: los que querían llevársela a la cama, y los que con gusto le hubieran ofrecido una fregona para limpiar sus pisadas. Del mismo modo, existían dos clases de mujeres: las que requerían su ayuda y las que despotricaban de sus métodos.
Era feliz siendo una celebridad, con sus ventajas y desventajas. Con la devoción de unos cuantos y el desprecio de otros. Durante años había sabido lo que era ser ignorada. Invisible. Así que llevaba a la máxima aquella gran verdad: que hablen de ti, aunque sea mal.
Se sentía imparable. Triunfadora. Era un volcán en erupción que arrasaría con todo aquel dispuesto a truncar sus planes. La vida le había enseñado que ser buena y jugar de acuerdo a las reglas no servía para nada. Bueno, a no ser que quisieras ser recordada como una pringada a la que todo el mundo pisoteaba cual chicle pegajoso escupido en la acera.
Detesto el tráfico de Manhattan se quejó.
Paolo le masajeó los hombros para relajarla, mientras recibía los tirones de cabello producto del trabajo de la peluquera. Apretó los ojos, mortificada por el dolor.
Para presumir hay que sufrir.
Trabajando en televisión, aquella era una premisa que había tenido que aprender hacía bastante tiempo. Como si ser mujer y fea fuera incompatible con triunfar frente a la pantalla. Algo absurdo teniendo en cuenta que presentadores masculinos y anodinos se veían todos los días.
Una lista rápida de los hechos que esa petarda teñida de Holly Turner puede utilizar en tu contra
decidió Paolo, en un intento por tranquilizarla.
Demasiados para ser enumerados en veinte minutos.
¡Sé positiva, piccolina!
Debby sonrió al escuchar el apelativo. Paolo siempre le dedicaba alguna palabra italiana cuando quería animarla.
Hablará de mamá
Te ha llamado esta mañana, por cierto.
Creí que estabas intentando ser útil ─le recriminó.
La expresión de su ayudante intentó sermonearla, pero Debby hizo caso omiso a su indignación.
Eres la única persona en el mundo que no adora a Linda Parker.
Será porque no es tu madre.
¡Linda es fantástica! ─exclamó entusiasmado─. Escritora superventas del New York Times y cuatro veces ganadora del premio RITA. Sus obras han sido traducidas a más de una veintena de idiomas, y forma parte del paseo de la fama de los escritores románticos. ¿Estás bromeando? ¡Es la caña, tía!
Has buceado por la Wikipedia, por lo que veo ─respondió con sequedad.
Sí, aquella era su madre. Había vivido demasiado tiempo solapada bajo su sombra, convertida en un fantasma. La pequeña e insignificante Debby a la que nadie prestaba atención, con enormes gafas de culo de botella, ortodoncia dental y fea hasta la médula. Gracias a Prada que la pubertad, el ejercicio físico y un buen estilista habían obrado milagros en su patético aspecto.
¿Has leído su última novela? ¡Candice es la heroína romántica del siglo! ¿Y qué me dices de Marcus? Oh... Dios... mío...
Paolo se abanico con las manos, soltando una risilla. Debby puso los ojos en blanco.
No la he leído ─mintió.
En la vida admitiría que leía las novelas de su madre.
¡Pues no sabes lo que te pierdes! ─le agarró las manos para limarle las uñas─. Deberías dejar el boxeo, te está destrozando la manicura─, Debby chilló al sentir un nuevo tirón de pelo─. Las novelas de Linda son maravillosas. Lacrimógenas. Te hacen soñar...
Literatura rosa ─desdeñó Debby, poniendo cara de asco.
El rostro de Paolo manifestó fastidio, pero decidió ignorar el tema por el momento. Por todos era comentado la diferencia de trabajo de las mujeres Parker. Mientras una se dedicaba a crear maravillosas historias de amor, la otra presentaba un programa en prime time orientado a ayudar a las mujeres a pasar página.
¿Qué más cosas podría utilizar esa arpía en tu contra?
A Debby empezó a entrarle jaqueca.
Escarbará en mi pasado. La relación con Kevin, probablemente.
Paolo la miró con lástima, cosa que puso a Debby de instantáneo malhumor. Que se compadecieran de ella le producía una fatiga insoportable, pues le recordaba aquella infancia mediocre y asquerosa en la que había sido Deborah, aquella niñita estúpida de la que todo el mundo se reía. Debby la pringada.
Intenta responder de manera educada y distante, que no te altere. Tratará de tergiversar tus palabras.
Debby comenzó a hiperventilar.
Me dejas más tranquila.
Eres la mejor dejando a la gente con la palabra en la boca y cara de lerdo, ¡Ganarás! ─le aseguró. Paolo era maravilloso dando ánimos. Entonces, aplaudió complacido al contemplar su aspecto final. La melena lisa y recta sobre los hombros, el maquillaje impecable que destacaba los ojos azules y disimulaba su mandíbula recta, y el vestido ambarino que dejaba sus esculpidos hombros al descubierto, compitiendo con el brillo dorado y natural de su cabello.
Pupa, ¡Estás espectacular!
Ella sonrió con modestia.
El maquillaje hace milagros.
El coche se detuvo frente al hotel Sheraton. A Debby comenzaron a sudarle las manos.
Bobadas, tú eres preciosa ─le palmeó el trasero cuando ella salió del auto─. ¡Y ahora sal a comerte el mundo!
Sí, Debby Parker es una triunfadora.
Pero en cuanto cruzó el vestíbulo del hotel, empezó a angustiarse. Delante de todos podía fingir seguridad y una actitud implacable, pero no iba a mentirse a sí misma. El éxito costaba mucho esfuerzo, y ella iba desvivirse por mantenerlo.

***
El sofisticado mobiliario de la suite del hotel Sheraton y las inmejorables vistas de Central Park que ofrecía la inmensa cristalera, no impedían que Debby apartara de su mente la maravillosa idea de emplear alguna de sus llaves de Kick Boxing contra Holly Turner.
Se estaba pasando de la raya.
Sus peores sospechas se habían confirmado. En realidad, para ser honesta estaba siendo peor de lo que había esperado en un principio. De hecho, no habría aceptado la entrevista de saber la que se le venía encima. Porque una cosa era eludir ciertas preguntas de índole personal, y otra detener los continuos ataques de Holly. Le daba la impresión de haber salido del ring de boxeo para ir a parar a una verdadera competición de pressing catch. Y Debby estaba tirada en la cancha, desorientada y con una masa enloquecida que le gritaba: ¡Perdedora!
De pronto, Holly apagó la grabadora.
Vamos Debby, no te enfades conmigo. Sólo intento arrojar un poco de luz sobre tu vida. Eres un personaje muy atractivo para los lectores de esta revista ─murmuró la palabra personaje con retintín.
Responderé a lo que me dé la gana, ya te lo he dicho. Si no encuentras preguntas más interesantes que formularme que una simple mención a los artículos de sociedad, probablemente tienes un problema, no yo. Y para ti soy Deborah.
El rostro de Holly pareció haber chupado un limón. Las comisuras de su boca se contrajeron en una mueca de disgusto, o asco, y el rostro pálido se arreboló por la ira. Bien, al menos no era la única que empezaba a enfadarse.
Estoy segura que no poseías ese aire prepotente y altanero cuando tenías diez años ─la provocó.
La simple mención de su infancia hizo que el estómago se le removiera. Holly lo averiguaba todo, incluso las desavenencias de la cría que fue en la escuela.
Holly volvió a encender la grabadora. La competición de balón prisionero continuaba, y Debby estaba dispuesta a asestarle un balonazo con todas sus fuerzas. Directo a las gafas de pasta, si se ponía chula.
Dicen que el talento es hereditario, al igual que el amor por las cámaras. ¿Salir en la televisión forma parte de tu interés por imitar los pasos de tu madre?
Imitar. Aquella palabrita se le atragantó en la garganta. Comenzaban las comparaciones odiosas con el éxito deslumbrante de su madre. Obviamente, por muy Debby Parker que fuera, ella siempre salía perdiendo ante una figura tan portentosa como adorada.
Mi carrera profesional no tiene nada que ver con el trabajo de mi madre. Siento una gran admiración por todo lo que ella hace ─se justificó, tratando de ofrecer una respuesta acertada─; pero lo cierto es que la escritura nunca llamó a mi puerta. Soy una gran lectora, pero lo mío es la televisión.
¿No es cierto que hace un par de años le dijiste a una de tus amigas, y cito textualmente: “los libros de mi madre son un bodrio infumable que sólo disfrutaría una ama de casa resentida y aburrida por el sexo que le ofrece su marido”?
¿Amiga? ¡Amiga y un cuerno! Más bien una conocida distante que la había pillado con la lengua suelta tras varias copas de más.
Debby fingió sentirse ofendida.
¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¿Quién diría algo semejante sobre el trabajo de su madre? La literatura romántica merece todos mis respetos, y admiro a Linda Parker con todas mis fuerzas. Ella es un ejemplo a seguir ─dijo, deseando sonar convincente.
Sin embargo, tú presentas un programa que cataloga el amor como algo cínico ─la contradijo, encantada de dejarla en evidencia.
Tu descripción es bastante errónea. En mi programa, en el que cuento con un profesional equipo humano, ayudamos a mujeres que lo han pasado mal por relaciones tormentosas y destructivas. Tratamos de decirle a la gente que debe quererse a sí misma. No estoy en contra del amor, eso es absurdo. Tan sólo pienso que hay ciertos tipos de amor tóxico que hacen daño.
¿Cómo tu relación con Kevin O´brian, tu novio de la universidad?
La pregunta consiguió hurgar en la herida, que aún escocía pese al paso de los años.
No trataré temas personales ─zanjó de manera brusca.
Supongo que aún te duele lo suficiente. Es comprensible ─enunció, con falsa lástima─. Tuviste que ir a tratamiento psiquiátrico durante algunos años, ¿No es cierto? Tal vez por eso sientes un resentimiento tan palpable hacia los hombres...
Eso no es... ─Debby trató de no entrar en su juego, pero dejarse a sí misma como un ser patético y vulnerable que aún lloraba por las esquinas la pérdida del primer amor no iba con ella─. Ir al psicólogo es sano. Mi relación con Kevin no tuvo nada que ver en ello. Suponer que sólo los desequilibrados mentales asisten a terapia es una creencia frívola y desfasada que hoy en día está superada. Por cierto, te la recomiendo. Te vendría muy bien.
Holly le dedicó una sonrisa glacial.
Así que Kevin no tiene nada que ver con la feminista consagrada que eres y de la que te enorgulleces.
Debby se encogió de hombros.
Si ser feminista es abogar por la igualdad entre hombres y mujeres, entonces lo soy ─clamó orgullosa.
¿También implica odiar a los hombres?
No odio a los hombres.
¿Tampoco a Kevin?
Te agradecería que dejaras al margen a una persona anónima que no puede defenderse. Sería descortés por mi parte hablar de alguien que no es un personaje público.
Tras sus palabras, Holly comenzó a rebuscar en los papeles que guardaba en su maletín. Con ojos brillantes que destilaban malicia, agitó algunos folios. Debby se temió lo peor.
Bueno, él no ha tenido la misma consideración hacia ti ─clavó la mirada en el papel, y leyó con voz poderosa─: hace cuatro años, cuando al señor O´Brian se le preguntó acerca de vuestra relación tras tu estrellato televisivo, él dijo: “Debby es una mujer fría como el tempano, ambiciosa y capaz de pisar a cualquiera que se interponga en su camino. Me hubiera gustado saber todo eso antes de haberla conocido. A los hombres les digo, ¡Huid!”
Maldito Kevin.
Veo que has hecho los deberes ─respondió friamente.
Holly se relamió de gusto.
Un tipo encantador Kevin O´Brian ─Holly meneó la cabeza con fingido pesar. A teatrera no la ganaba nadie ─¿Tiene algo que ver tu experiencia personal con los consejos que das a las mujeres que acuden en tu ayuda al programa?
Me implico emocionalmente con todas ellas, si es lo que quieres decir. Doy lo mejor de mí porque opino que ya está bien de admitir que la peor enemiga de una mujer es otra mujer. He conocido a mujeres fantásticas en mi programa, y me enorgullece gritar a los cuatro vientos que siempre saco algo positivo de cada capítulo ─entonces la miró a la cara. No con cualquier mirada, sino con la mirada pasional que lanzaba a la cámara cada vez que iba a enunciar un discurso. Con la mirada del amor hacia su trabajo, convincente e irrefutable─. Sí, soy culpable de sentir empatía hacia quienes lo pasan mal. De otro modo, no podría ayudar a quienes me lo piden. Tal vez sea feminista, pero todas las noches me acuesto pensando que, si he conseguido que una mujer se quiera más a sí misma e ignore la opinión de los demás, ha sido una dulce victoria.
***

Salió disparada del hotel, pero en cuanto puso los pies en Times Square, se quedó parada de golpe. Mareada por la realidad. Una parte de ella quería creer que había salido airosa de la entrevista, pero su autoexigencia la obligaba a flagelarse.
Holly Turner era la abeja reina del cotilleo, debería haberlo previsto y preparar aquella entrevista con antelación. O al menos, ser lo suficiente insistente como para que le hubieran asignado otro periodista. Sabía de sobra que el entusiasmo de Holly por ser la encargada de entrevistarla sólo se debía a sus ganas de destrozarla, pero su ego le había hecho creer que podía plantarle cara, ¡Qué podía vencerla!
Se abanicó con las manos, pese a que en pleno Febrero hacía un frío glacial. Le sudaban las sienes y estaba al borde de la taquicardia. Hasta que no contemplara la entrevista publicada con sus propios ojos no se quedaría tranquila. Porque Holly manipularía sus palabras todo lo que le viniera en gana. No sería ni el primer ni el último periodista que lo hacía.
Tampoco quería ser una víctima despedaza por las fauces de Holly, de eso estaba segura. Esperaba haber sonado contundente, una digna contrincante sin resultar demasiado agresiva, ni tampoco sonar apocada.
Qué difícil es ser políticamente correcta...
Contentar a la opinión pública era complicado. Mantener un programa en prime time durante cuatro largos años lo era aún más. La televisión estaba llena de altos y bajos, y en los índices de audiencia se fraguaba una guerra diaria. La gente quería contenidos nuevos, sorpresas constantes. Debby trataba de reciclarse en cada programa, pero no era suficiente.
Nunca lo era.
¿Debby, eres Debby Parker? ─la voz de una chica joven le habló a su espalda.
Ella se giró, todavía dispersa con sus pensamientos.
Sí, soy yo.
El rostro de la chica se transformó, de la sorpresa a la perplejidad. Rondaba los dieciséis años, y llevaba las puntas del cabello decoloradas en un tono fucsia. A Debby le encantaba que su programa tuviera un público tan variopinto; desde mujeres maduras pasando por jovencitas, universitarias o ancianas.
¡Oh, me encanta tu programa! ─exclamó, observándola de arriba a abajo con interés. Debby leyó aprobación en su mirada─. Mamá dejó de salir con su último novio gracias a ti. Era un idiota, ya me entiendes.
Debby quiso creer que lo hacía.
¿Puedo hacerme una foto contigo?
Por supuesto.
Giró el rostro para ser fotografiada por su perfil bueno. Una mujer no estaba preparada para ser captada por los flashes hasta que no identificaba cuál era.
Ha sido un placer conocerte.
La chica contempló la fotografía, satisfecha.
¡Verás cuando se lo cuente a mis amigas!
Debby se alejó más alegre. El cariño espontáneo de la gente era una de las cosas por la que su trabajo merecía tanto la pena. Paró un taxi con la mano, pero una mujer se le adelantó. Debby lo dejó pasar, al fin y al cabo era su culpa por no haber llamado con tiempo a su chófer.
Debby Parker ─la estudió la anciana.
Ella asintió. La mujer la contempló tras el cristal de sus gafas, de arriba a abajo y con una curiosidad casi maleducada. Entonces torció el gesto.
¿Sabes? En la tele eres más guapa.
Debby carraspeó molesta, pero fingió que no había escuchado el comentario. Observó el taxi que se alejaba con la insolente vieja, y decidió ir caminando hacia los estudios de televisión, que le quedaban de paso. Aprovechó el paseo para pensar en el programa especial que dedicaría al día de San Valentín.
Otro año sola y amargada. Pero, como decía el dicho; mejor sola que mal acompañada. Y según su amiga Rachelle, San Valentín era un invento de los grandes almacenes para comprar compulsivamente chorradas de color rojo en forma de corazón.
Pasó frente a un escaparate decorado en tonos escarlata, repleto de corazones para los objetos más peculiares e inútiles. Apretó el paso.
Bah.
Al llegar al estudio, el equipo de maquillaje la estaba esperando. Su maquilladora habitual volvió a pintarle el rostro mientras alguien le releía el guión. Debby memorizó las líneas en su mente. Ella misma las había aprobado, e incluso escribía la mayor parte de lo que tenía que decir. No se limitaba a ser el típico presentador que pronunciaba en público lo que otros habían escrito para él. Ella se implicaba porque era necesario. Porque el directo requería improvisación la mayor parte del tiempo.
Su programa necesitaba sinceridad y entusiasmo.
Debby, estás en antena en tres... dos...
Se preparó frente a la cámara, esbozó su mejor sonrisa y contuvo la respiración. Jamás se acostumbraría a la emoción de estar en antena. Eso era buena señal. Cuando la pasión te abandonaba lo habías perdido todo. Tenía como ejemplo a su antecesora: Michaella Roberts.
¡Uno!
¡Buenas noches a todos! Bienvenidos a Cuéntaselo a Debby, el programa donde nada es imposible y hacemos realidad los sueños de gente como tú. Esta noche tenemos historias emocionantes que nos mantendrán con los nervios a flor de piel, ¿Estáis preparados? ─los gritos de júbilo del público, en su mayoría mujeres, fueron música para sus oídos. Estaba en su salsa─. ¡Así me gusta! Manténte pegado a la pantalla y no te pierdas lo que viene. Historias maravillosas, desgarradoras y muy humanas que no van a dejarte indiferente.
Se dirigió hacia el centro del plató para presentar a la primera invitada de la noche.
Hoy está con nosotros Sarah, ¡Un fuerte aplauso para ella!
Durante unos minutos, se dedicó a hablar con Sarah, tranquilizándola con preguntas cotidianas. Percibía el histerismo de los entrevistados, pero tenía la suficiente experiencia para mostrarse receptiva, presionando en los momentos indicados y otorgándoles espacio cuando así se requería. Mientras charlaba de manera distendida con Sarah, sonsacándole lo necesario para que el público se hiciera una idea de su historia, recibía las instrucciones de su equipo por el pinganillo.
Sarah llevaba casada veinte años con el mismo hombre. Se conocieron en el instinto, y tras quedar embarazada muy joven, ambos habían decidido que Sarah se encargaría de las tareas domésticas y el cuidado de su hijo. Al cabo de los años, su marido se había convertido en un adicto a los masajes con final feliz realizados por jovencitas tailandesas. Durante demasiado tiempo, había soportado las infidelidades de su marido, derrotada ante la idea de no ser una mujer independiente. La insistencia de una amiga provocó que llamara al número del programa, y el equipo había obrado el milagro. Un cambio de look para ofrecerle seguridad en sí misma y la obtención de un empleo para que ganara su deseada libertad.
A los cincuenta y tres años y sin experiencia previa, encontrar un trabajo parecía imposible. Excepto para el equipo de Debby Parker.
Sarah, ahora quiero que mires a esa pantalla ─le indicó, al escuchar por el pinganillo que iban a introducir el vídeo─. Hemos podido ver tu cambio de aspecto y tu conversión en una mujer libre que hace lo que le da la gana ─se escucharon gritos de júbilo, y Debby guiñó un ojo a la cámara─. Pero alguien muy especial para ti quiere darte una sorpresa.
Se retransmitió el vídeo en el que el hijo de Sahar la felicitaba por su quincuagésimo tercer cumpleaños, profesando ante millones de espectadores lo orgulloso que estaba de su madre. Al fin y al cabo, la vida no se acababa a los cincuenta. Las palabras de aquel joven lograron emocionar a Debby, que rodeó la espalda de Sarah
Mamá, eres la persona más buena que he conocido nunca. Pero estaba harto de que vivieras para los demás. Es hora de que te consientas a ti misma, por lo que hoy he decidido ayudarte a cumplir tu sueño. Gracias a la ayuda de Debby y el programa, viajarás a Egipto para descubrir esas pirámides de las que me hablabas cuando era un niño. Te quiero”.
Sarah se enjugó las lágrimas, el público aplaudió y lloró a partes iguales mientras Debby se preparaba para su discurso final.
Ahora es tu momento Sarah, ¿Quieres decir una última cosa?
Sarah le arrebató el micro.
¡Sí! ¡Chúpate esa, Randall! ─exclamó.
Todo el mundo se echó a reír. La cámara apuntó hacia Debby.
Esperemos que Randall esté viendo el programa ─más risas─. Esto ha sido todo por hoy, pero recordad que cada sábado tenéis una cita conmigo. Cuéntaselo a Debby, haré que tus sueños se hagan realidad. ¿Estás harta de ser mangoneada por los hombres? ¿Vives oprimida bajo la sombra de ese hermano que nunca friega los platos? ¿Quieres lanzarle un último mensaje a ese hombre que jamás te valoró? Llama al número de teléfono que aparece en pantalla. El cambio está más cerca de lo que crees, ¡Es tu momento!
La gente se puso en pie para aplaudir, despidiendo a su presentadora favorita con el consabido grito de:
¡Te queremos, Debby!
Oh, jamás me acostumbrare a esto.
En cuanto salió de escena, Debby se quitó los zapatos de tacón y suspiró satisfecha. Programa número ciento cuarenta y cuatro realizado con éxito. Uno más en la larga carrera de Debby Parker. Sí, en aquel momento se sentía imparable.
¿Qué podía salir mal cuando cumplías los sueños de otras personas?
Uno de sus compañeros le palmeó la espalda.
¡Buen trabajo, Debby!
Ella se estiró sobre el sofá de su camerino, abrió el bolso y buscó el ipad para actualizar su correo. No obstante, una noticia llamó poderosamente su atención. Poco a poco, sintió como la satisfacción inicial daba paso a un creciente arrebato de ira que lo consumió todo.
Scott Riley ficha por la MBC. A Debby Parker le ha salido un duro competidor. ¿Logrará la estrella de la MBC salir airosa de semejante duelo? ¡Hagan sus apuestas!
Estudió la fotografía del presentador más insoportable, egocéntrico y chulo sobre la faz de la tierra. La clase de hombre por el que Debby sentía una animadversión irracional. El oyuelo en la barbilla, el cabello pelirrojo y algo alborotado que parecía decir alguien me ha despeinado tras hacerme pasar un buen rato, y los ojos ambarinos, risueños, de pendenciero nato.
Se levantó de golpe y sintió como todas sus pesadillas y sus peores temores se hacían realidad.
Debe de ser una broma.





Sección de sociedad de la revista Actuality

Desenmascarando a Debby Parker
¿Alguna vez se han preguntado por qué la celebridad neoyorkina jamás ha acompañado a su madre a sus numerosas recogidas de premios?
Quienes la conocen dicen de Debby que es tan competitiva que incluso siente celos de su propia progenitora. Tal vez la razón radique en los numerosos matrimonios de la famosa Linda Parker, pues al parecer, Debby jamás superó la pérdida de su padre. De un modo u otro, me espanta la frialdad de la rubia de América. ¿Es Debby tan altruista como la pintan? Sinceramente, lo dudo. Viviendo en un apartamento de trescientos metros cuadrados en pleno Upper East Side y renegando de la mujer que la trajo al mundo, no puede ser, lo que se suele decir, un dechado de virtudes. ¿Campaña de marketing o filántropa feminista?
Juzguen ustedes mismos.
Por Holly Turner.
2 ¡Esto es la guerra!
Cruzó a toda prisa los estudios de la MBC en dirección al despacho del director ejecutivo. El sonido de sus tacones sobre el suelo de mármol provocó que la mayoría de los trabajadores se apartaran de su camino. Sus pisadas parecían gritar: estoy enfadada, así que no te metas conmigo.
La única persona que se atrevió a detenerla a escasos metros del despacho fue Robin Smith, que la agarró del codo para arrastrarla hacia un lugar apartado.
No estoy de humor, Robin ─gruñó Debby.
Ya te has enterado.
Robin presentaba un programa de cocina en su cadena, además de formar parte de su grupo de amigas. Había sido madre a los diecisiete, y conocía lo suficiente a su amiga para intuir el cabreo que enmascaraba su impoluto aspecto.
Al parecer, todo el mundo lo sabía excepto yo.
No seas ridícula. La cadena lo ha llevado con la mayor discreción, supongo que para que la competencia no se le adelantara. Todos nos hemos enterado hoy. Ya sabes que Scott Riley es el fichaje estrella de esta temporada y... ─se detuvo al escrutar el rostro lívido de Debby─. Vamos cariño, no te pongas así. Tú eres insustituible. ¡Eres la estrella de la MBC!
Debby se la apartó como una molesta mosca, y antes de que su amiga pudiera frenarla, abrió de golpe la puerta del despacho de Stuart, que estaba hablando por teléfono mientras su secretaria tomaba algunas notas. Con un movimiento de cabeza dirigido a su empleada, la mujer salió del despacho y Debby ocupó su lugar. Ni siquiera se molestó en sentarse.
¡He tenido que enterarme por las puñeteras noticias! ─le reprochó.
Stuart colgó el teléfono.
Buenos días, Debby.
Lo serán para ti.
Tranquilízate.
Su rostro hirvió de ira, pero hizo un gran esfuerzo por sentarse en el asiento colocado frente al escritorio de Stuart. Perder los nervios no le serviría de nada, excepto para parecer una histérica a los ojos de su jefe.
Imagino que tu humor se debe a la reciente incorporación del señor Riley a la cadena ─comentó con naturalidad.
No me vengas con esas, Stuart.
Tenía pensado ponerte al tanto de la situación, pero te has adelantado al entrar en mi despacho.
¿Ah, sí? ¿Y cuándo ibas a llamarme? ¿Cuándo encendiera la tele y viera el rostro de ese cretino en pantalla?
Ya veo que Scott no te merece gran respeto ─eludió su reclamación.
Me resultaba indiferente hasta hace doce horas. Pero sabes de sobra que no se trata de él. Esto tiene que ver demasiado conmigo, ¿No es cierto? ─su voz delató cierto temor. Deseó que Stuart le dijera que sus sospechas eran infundadas, pero el hombre sólo se dedicó a encender un cigarrillo. Debby perdió la calma─. ¡Así es como vais a deshaceros de mí, por la puerta de atrás! ¡Soy la estrella de la MBC, os he regalado cuatro años de récords de audiencia! Llegué aquí cuando nadie apostaba un duro por esta cadena. Os faltaban los anunciantes, os ibais a pique y...
Nadie va a deshacerse de ti, Debby. Todos te admiran y te agradecen tu dedicación exclusiva a la cadena ─la interrumpió Stuart.
Aquel halago no consiguió tranquilizarla.
Pero... ─lo animó a continuar.
Pero ya sabes como son las cosas. El presidente y los accionistas estaban un poco preocupados por los últimos índices de audiencia, así que decidieron fichar a Scott. Las cadenas necesitan rostros nuevos que atraigan a más espectadores, tú tienes tu público pero Scott...
Es un hombre ─respondió rabiosa.
Siempre se reducía a ese pequeño detalle con miembro viril.
Stuart resopló.
Scott es una cara nueva ─la contradijo─. Eso es todo.
Resúmeme brevemente en qué me afectara la llegada de ese tipo ─exigió.
Bien ─Stuart aplastó el cigarrillo dentro del cenicero, se inclinó sobre el escritorio y esbozó un gesto adusto─. A Scott se le ofrecerá la noche de los viernes por el momento.
Pero ese espacio pertenecía a Eddie.
Stuart soltó una risita.
Tú lo has dicho, pertenecía. Pasado.
A Debby se le desencajó la expresión. Eddie llevaba veinte años a la cabeza de un programa inamovible de la parrilla, y lo sustituían por un recién llegado. Empezó a odiar a Scott Riley sin ni siquiera conocerlo.
Pero si supera tus índices de audiencia, su programa pasará a emitirse la noche de los sábados ─concluyó.
Reemplazada.
La palabra martilleó en la cabeza de Debby. Reemplazada. Reemplazada. ¡Reemplazada!
¿Y todo por un tipo que en un par de meses había pasado a empapelar las carpetas de un millón de adolescentes con las hormonas revueltas?
Pero Stuart... los sábados se emite mi programa... ─le recordó de manera inocente.
Pensé que nunca te darías cuenta, querida ─encendió otro cigarrillo como si nada. Como si no hubiera enviado a Debby hacia un montón de mierda apestosa que le llegaba hasta las rodillas─. Como yo lo veo, tienes dos opciones. El público te adora, y en la cadena te estamos muy agradecidos, así que podrías hacer un último programa a lo grande mientras pensamos en un nuevo formato del que tú seguirás siendo la estrella absoluta. O puedes quedarte a esperar que Scott te arrebate la noche de los sábados.
¡No! ─Debby se levantó de golpe, lo que provocó que su silla cayera al suelo─. De ninguna manera voy a deshacerme de Cuéntaselo a Debby, ¿Me has entendido?
Sé razonable. Son muchos años con el mismo contenido. La gente terminará por aburrirse. Siempre sucede. Son como niños, desechando los juguetes viejos por juguetes nuevos.
No fastidies, Stuart. Tú estás más arrugado que una pasa y nunca pensé en tirarte a la basura.
Hasta ahora.
Si te doy este consejo, es porque te tengo cariño.
¡Pues piensa en otra cosa!
Stuart se encogió de hombros.
Son órdenes de arriba. Ya sabes lo que les importa ─le recordó─. Es sólo un programa, Debby.
No, no lo es.
Era su programa. Su sueño hecho realidad. La razón de vivir a la que se había dedicado durante los últimos cuatro años. ¿Y pretendían arrebatárselo por un recién llegado de Oklahoma?
¿De qué trata el programa de Scott? ─preguntó, intuyendo la verdadera razón de la petición de Stuart.
Céntrate en tus cosas, Debby. Te aseguro que te irá mejor si...
¿De qué trata? ─insistió─. ¿Deportes de riesgo? ¿Cámaras ocultas? ¿Coches? ¿Mis dulces dieciséis?
Amor.
Amor ─repitió con asco.
A ese paso, acabaría vomitando arcoiris.
Es un programa en el que la gente se apunta para encontrar el amor. Les hacen test de compatibilidad, y tres candidatos luchan por conquistar al que puede ser el hombre o la mujer de sus sueños. La pareja que se crea gana un viaje televisado a Hawaii, o alguna de esas islas paradisíacas.
Hawaii... Bombay...¡Así que es eso! Pretendéis desbancar mi programa por algo completamente opuesto ─bramó indignada.
Comprende que mantener dos programas tan contrarios en la parrilla es...
Muy hipócrita.
Yo iba a decir complicado.
¿Sabes lo que pasa? ¡Qué os jode que una mujer triunfe en un mundo de hombres!
Stuart también se levantó, demasiado harto por sus continuos reproches.
¡A mí no me sueltes toda esa mierda feminista! Fui yo quien te dio una oportunidad cuando nadie apostaba un duro por ti ─le recordó.
Tenía razón, pero Debby se sentía demasiado traicionada para razonar con claridad.
Haré que os traguéis vuestra decisión, te lo juro. Batiré tantos récords de audiencia que tendréis que echar a Scott Riley de una patada en el culo ─le aseguró.
Stuart la contempló con compasión.
Debby... sé razonable. Te buscaremos otro programa y seguirás siendo la estrella de la MBC
Ella abrió la boca, indignadísima.
¡Ya soy la estrella de la MBC!
De un portazo, salió del despacho de Stuart echando humo por las orejas, pero con la certeza de que haría lo que fuera por mantener su programa en la parrilla. Nadie, ni siquiera ese Scott Riley de pacotilla, le arrebataría lo que tantos años le había costado conseguir.
Entró al ascensor ya cavilando en sus distintas opciones para incrementar los índices de audiencia, demasiado perdida en sus pensamientos como para prestar atención al hombre que había dentro y la observaba con curiosidad. Pulsó el botón de la primera planta y pegó la espalda a la pared, dedicándole un escueto hola al extraño que había a su lado.
Debby Parker, tenía muchas ganas de conocerte ─habló una voz cálida y sureña.
Una mano grande y masculina se colocó frente a su rostro. Rodó los ojos hacia el hombre que le extendía la mano a modo de saludo, pero al ver a quien pertenecía, le soltó un manotazo más propiciado por su sorpresa que por su verdadera intención.
Scott se acarició el dorso de la mano sin perder la sonrisa, aunque las arrugas de su ceño evidenciaron que aquel guantazo lo había trastocado. Debby pensó que tenía una sonrisa irresistible... para cualquier mujer a la que no pretendiera arrebatarle su programa de televisión. Detestó de inmediato aquella media sonrisa ladeada de dientes perfectos, y el hoyito de la barbilla tan sexy. El cabello pelirrojo le salpicaba la frente, y los ojos dorados la miraban con interés.
No sabía que en Manhattan te saludaban con un guantazo ─bromeó.
Debby deseó enseñarle lo que era un verdadero guantazo, pero se contuvo. Estrechó la mano que seguía extendida con un apretón seco, y se impacientó cuando aquel hombre no se la soltó durante unos minutos que se le hicieron eternos. Tuvo la extraña impresión de que le acariciaba los nudillos provocativamente hasta que la liberó.
Bienvenido a la MBC.
Supo que su voz había sonado como quien enviaba a alguien al mismísimo infierno, pero le trajo sin cuidado. No estaba obligada a ser amable con aquel tipo.
Ya veo que se ha dado mucha prisa en llegar a Manhattan. Ha debido de hacer un largo y tedioso viaje ¿A qué distancia está su pueblo? ─enunció la palabra con desapego.
Scott captó la burla de aquel tono. Le habían advertido que la señorita Parker no se tomaría con deportividad su llegada a la cadena, pero no había previsto tal grado de antipatía.
Shawnee es una ciudad ─la corrigió. Vislumbró el desdén con el que ella recibió aquella información. Con toda probabilidad, para ella no era más que un redneck1 sureño que conducía una ranchera con la ventanilla bajada mientras escuchaba música country en la emisora local─. Pero vengo de San Francisco de trabajar para la KPIK.
La televisión local, qué interesante.
La naturalidad con la que menospreció su trabajo comenzó a irritarlo. También le habían comentado que la señorita Parker era una esnob que desairaba a todo aquel que creía que no estaba a su altura, pues ella era la estrella indiscutible de la MBC.
Desde luego, su aspecto impecable y aquella melenita dorada hacían juego con su carácter pedante. Detestó cierta furia en los ojos azules que ella fue incapaz de ocultar, cosa que lo intrigó.
No se sienta superado por la MBC, señor Riley. Si bien es cierto que Eddie ha dejado el listón muy alto.
Aunque no utilizó aquellas palabras, Scott estuvo seguro de que aquella mujer le estaba diciendo que no era más que un ignorante que apenas había salido de Oklahoma.
Admiro a Eddie. Estaré a su altura, no se preocupe.
Ella le dedicó una sonrisa torcida.
Oh, sí. Todos lo esperan de usted ─ironizó.
Scott entrecerró los ojos, cada vez más airado. Por lo general, era un hombre que gozaba de buen humor, pero aquella condenada mujer estaba consiguiendo sacar lo peor de él.
Me han contratado por algo ─respondió sin más.
Estoy segura.
Percibió el desafío de su voz. Optó por mostrarse cortés, pues eran un par de desconocidos.
Buen programa el del sábado, por cierto.
Al escuchar aquel cumplido que ella recibió como una burla, accionó el botón de parada con todas sus fuerzas. La sacudida del ascensor la envío hacia el duro pecho de Scott, que la agarró de los antebrazos para que no cayera al suelo. Irritada por el contacto, Debby se apartó echándose hacia atrás.
Muy bien, dejémonos de fingimientos absurdos ─le espetó, fulminándolo con la mirada. Scott la contempló tan intrigado como desconcertado─. Eres un completo desconocido que ha llegado hasta aquí por un compendio de buena suerte y carisma barato. Has acabado con Eddie, pero te hará falta mucho más que un rostro agradable y una sonrisita estúpida para desbancarme. Te echaré de la cadena antes de que logres amarrarte los cordones.
Disculpa...
Así que ni se te ocurra fingir que podemos llevarnos bien, porque no se me ha pasado por la cabeza. No he trabajado duro durante cuatro años para que un paleto de Oklahoma con pintas de vaquero me arrebate lo que me pertenece.
¿Acababa de llamarlo paleto? Scott estaba tan mudo por el asombro y la indignación que no consiguió replicar nada cuando ella volvió a la carga.
... no sé qué culo habrás besado para ir a parar a la noche de los viernes, ¡Pero los sábados son míos! ─bramó, apuntándole con un dedo sobre el pecho. Scott sintió deseos de mordérselo, pero tuvo la impresión de que podría envenenarse─. Cuidado con lo que pretendes, porque puedo convertirme en tu peor pesadilla. Te enviaré a dar un rodeo de toros antes de que me reemplaces. Tu lugar no es este, vaquero.
¿Has terminado?
El pecho de ella subía y bajaba por la emoción. Tenía las mejillas sonrosadas por el arrebato, pero logró asentir con expresión jadeante. No supo qué se apoderó de él cuando, al inclinarse para pulsar el botón que lo devolvería al mundo real, se apoderó de su boca y la estrechó por la cintura.
Debby cerró los ojos, conmocionada. Le ardió todo el cuerpo al sentir aquella boca suave y cálida aplastarse contra la suya. Las manos de Scott le recorrieron la cintura, enviándole descargas eléctricas que le erizaron el vello de la piel. Apretándola contra sí, confundiéndola durante unos segundos. Drogándola con un beso tan extraño como magnético.
Cuando Scott se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, la soltó de golpe y deslizó el brazo hasta que consiguió accionar el botón. El ascensor se sacudió antes de ponerse en marcha, y Debby se golpeó la cabeza contra la pared. Atontada, tartamudeó una réplica que se estancó en su garganta.
Creí que no te callarías nunca ─le soltó él, como si nada─. Por suerte, a los vaqueros nos enseñan bien como amansar al ganado.
Debby contempló anonada el botón que él acababa de accionar. Aquel beso chulesco la había dejado con dos palmos de narices. ¿Acababa de llamarla vaca? Tras el shock inicial llegó la ira.
Si esa es tu manera de impresionar a las chicas, resultas patético ─se mofó.
Scott la contempló de reojo. Las mejillas encendidas, el pelo revuelto y los labios hinchados. La había dejado con la palabra en la boca y la desorientación más absoluta. Dios, cuánto había disfrutado poniendo a esa lagarta en su lugar.
Creo que a ti te he impresionado lo suficiente.
Que él continuara sonriendo la sacó de sus casillas. Se cruzó de brazos, comprendiendo que Scott Riley sería un rival más duro de lo que había imaginado. Los labios le ardían por el beso... y la vergüenza.
¡Por qué demonios le había permitido hacer tal cosa!
Así que esa es tu táctica. Tomas todo lo que no te pertenece ─lo provocó.
Tomo lo que se me ofrece. Este trabajo, esa boca... ─le pellizcó el labio inferior antes de que Debby pudiera reaccionar─. Así funcionan las cosas. Supéralo rubia.
Algo se desató en su interior cuando lo escuchó llamarla de aquella manera.
Terminarás tragándote tus palabras ─le juró rabiosa.
Las puertas del ascensor se abrieron, pero ninguno de los dos salió.
No me hagas que vuelva a silenciarte ─sin poder evitarlo, Debby le miró la boca. Asustada, dio un paso hacia atrás─. Creí que sólo producías dolor de cabeza si alguien sintonizaba tu programa, pero me equivocaba. En persona resultas más insoportable.
Debby dio un respingo, ofendida en lo más profundo de su ser. Primero la besaba, y luego le hacía un desplante con aquel aire chulesco. ¡A ella, a Debby Parker!
Pues eso no es nada comparado con la jaqueca que te produciré cuando tu programa se estrelle. Te recomiendo que empieces con las aspirinas.
Salió del ascensor y se revolvió para despedirse.
No ha sido un placer.
Lo mismo te digo.
Ella se limpió la boca con el puño de su americana.
Te cortaré la lengua antes de que vuelvas a intentarlo.¡Cochino misógino!
Ni por todos los sábados del mundo, rubia ─le dijo, eludiendo a su ansiado programa.
Debby se dio la vuelta y caminó apresurada hasta la salida, tropezándose con un hombre cargado de papeles. Se cayó de culo y se le levantó la falda, mostrándole a Scott una interesante porción de su trasero en ropa interior de encaje. Escuchó la grave risa de él, avergonzándola todavía más. Levantándose de golpe, se irguió con dignidad y salió de allí con la cabeza bien alta.
No se volvió una última vez para mirarlo.