Sección
de sociedad de la revista Actuality.
Una
chica llamada Debby Parker
Cuentan
las malas lenguas que la celebridad de la MBC arrastra un pasado que
ha forjado su temperamental carácter. El fallecimiento de su padre,
el acoso escolar sufrido en la infancia y las continuas infidelidades
de su primer amor parecen haber construido una nueva Debby que poco
tiene que ver con la chiquilla débil de la que todo el mundo se
burlaba. (…) ¿Pero qué se esconde tras la inalcanzable rubia?
¿Una buena campaña de marketing? ¿Una mujer implacable capaz de
pisar a todo aquel que se interponga en su camino?
Por
Holly Turner
1.
El sueño americano
A
aquella hora de la mañana el gimnasio estaba desierto, a excepción
de las dos personas que se lanzaban golpes en el ring central. Tan
sólo se escuchaba el sonido de los guantes de boxeo cortando el
aire, y la respiración agitada de la mujer que trataba de esquivar
los ataques rápidos de su oponente. En posición de guardia, con una
pierna adelantada y los brazos flexionados para defenderse, eludió
el broche de izquierda de su contrincante y atacó con un directo de
derecha. La figura masculina apenas se movió a causa del impacto,
pero le lanzó una mirada satisfecha. Furiosa consigo misma, la mujer
arremetió con una patada circular baja.
─¡Mantén
la mente fría! La ira no te servirá de gran ayuda. Piensa los
golpes, anticipa mis movimientos... ─le indicó el instructor.
Debby
trató de hacerle caso, pero al recibir un gancho amortiguado por su
casco, soltó un gruñido y cargó contra él con todas sus fuerzas.
Parecía un toro bravo al que le habían colocado un pedazo de tela
roja delante de los ojos. Lo cierto es que detestaba perder.
Con
un único movimiento, Ted la derribó al suelo.
─En
el kick boxing están prohibidos el codo y la rodilla ─le recordó.
Debby
aceptó la mano que él le ofrecía para levantarse. En aquel
momento, se sentía patética y débil.
─Para
ti es fácil decirlo, no te están dando una paliza ─bufó.
Se
llevó las manos al costado derecho, que le ardía a causa del
puñetazo recibido. Sospechaba que al día siguiente luciría un
antiestético moratón. El deporte de contacto ─la actividad física
en general─, nunca había sido su principal talento. Tal vez
por ello estaba tan empeñada en superarse a sí misma. Quería creer
que no existía disciplina en el mundo que se resistiera a Debby
Parker.
─Auch
─se quejó.
─Podríamos
parar ─sugirió Ted.
Debby
lo fulminó con la mirada. En su mente, fantaseó con la idea de
propinarle un codazo, pero todo lo que hizo fue atacarlo con una
patada circular alta que él frenó sin esfuerzo alguno.
─¿Sabes
cuál es tu problema? Que golpeas por encima de tus posibilidades ─la
provocó.
─¡Y
un cuerno!
Lanzó
una ofensiva de múltiples movimientos que el instructor sorteó
mientras reía, hiriendo su orgullo.
─Debby...
Debby... apuesto a que estás demasiado ocupada pensando en el nuevo
color de tu laca de uñas.
Con
toda su fuerza, el directo que empleó golpeó la protección de la
cabeza de él. Entusiasmada, emitió un sonido parecido a una
carcajada mientras se felicitaba a sí misma. El timbre de su
teléfono móvil provocó que ella girara la cabeza hacia la mochila
situada en el otro extremo del ring, olvidándose por un segundo de
su contrincante. Aprovechando su despiste, Ted la abatió de una
patada.
Debby
despegó el belcro de sus guantes, los arrojó todo lo lejos que pudo
y se tumbó boca arriba, jadeando con la lengua fuera.
─¡Me
rindo!
─Si
sigues así, tendrás una carrera tan corta como la de Hillary Swank
en Million dollar baby.
Debby
hizo una mueca. Acabar con una silla estrellada en la cabeza no era
su idea, aunque tal y como estaban las cosas últimamente...
─Algún
día haré que te tragues tus palabras ─bromeó.
─¡Mira
cómo tiemblo! ─río Ted. Suspiró al ver que ella se arrastraba
hacia su mochila para buscar el teléfono móvil con ansiedad─. Por
tu bien, deberías aprender a dejarlo sonar alguna que otra vez. Te
tiene esclavizada.
Debby
lo ignoró, descolgando la llamada.
─Debby
Parker ─saludó, con aquella voz estudiada y formal que empleaba
para las cuestiones relacionadas con su trabajo.
─¡Oh,
Debby, menos mal que te encuentro! ─la alterada voz de Paolo, su
ayudante personal, le retumbó en el cerebro─. Te he llamado varias
veces al teléfono de tu apartamento, y te he dejado miles de
mensajes en el contestador. ¿Dónde demonios estás? ¡Se supone que
deberías estar en la peluquería arreglándote para la entrevista
que tienes en dos horas.
Debby
se llevó las manos a la cabeza. Había olvidado por completo la
entrevista para Actuality. En los últimos días había tenido la
agenda tan apretada que apenas pensó en ella. Se suponía que una
tenía un ayudante personal para que funcionara como aquella memoria
que a veces se empeñaba en olvidar ciertos eventos importantes. Por
desgracia, estaba tan absorbida por el trabajo y la preocupación de
los últimos índices de audiencia del programa que tenía la cabeza
en mil cosas.
─Necesito
que me recojas en cinco minutos. Estoy en el gimnasio.
Paolo
soltó un alarido.
─¡Sudada
y despeinada, lo que faltaba! ─gritó una retahíla de palabrotas
que en alguien como él resultaron demasiado cómicas para ser
tomadas en serio─. Date una ducha. Traeré conmigo a la peluquera.
Tendrá que hacer lo que pueda dentro del coche.
Colgó
el teléfono y se echó la mochila al hombro para dirigirse hacia el
vestuario.
─¿Un
día duro? ─se interesó Ted.
Debby
pensó en los malditos índices de audiencia. No importaban los
éxitos pasados, sabía de sobra que la victoria en televisión era
algo efímero. Hoy eras alguien y al día siguiente aparecías en una
revista del tres al cuarto con el rótulo: ¿Qué fue de Debby
Parker? ,y varios
kilos de más repartidos de forma injusta en su cuerpo. Se
estremeció de sólo imaginarlo. Si no hacía algo pronto,
alguien llegaría para arrebatarle su querido programa. Intuía que
se avecinaba la guerra, por lo que dejarse ver en los medios de
comunicación para mostrar su cara más radiante podía ser una buena
jugada.
Debby
le dedicó su mejor sonrisa.
─Sobreviviré.
***
Se
encontraba en un embotellamiento, con los nervios a flor de piel y el
presentimiento de que Holly Turner la destrozaría.
Que
lo intente, masculló para sí.
Holly
era una arpía periodística cuyo pasatiempo favorito era inventar
chismes sensacionalistas con los que inflar los titulares. Durante
los años que Debby llevaba en pantalla, había despotricado tanto
veneno sobre ella que ya estaba curada de espanto. Desde ídolo de
lesbianas hasta feminista absurda, había perdido la
cuenta de los insultos que le había dedicado la periodista. Estaba
acostumbrada a encontrarse en el candelero, siendo al mismo tiempo
alabada con fervor y odiada con entusiasmo a partes iguales.
Para
Debby había dos clases de hombres, y ninguno de ellos servía en
absoluto para nada: los que querían llevársela a la cama, y los que
con gusto le hubieran ofrecido una fregona para limpiar sus pisadas.
Del mismo modo, existían dos clases de mujeres: las que requerían
su ayuda y las que despotricaban de sus métodos.
Era
feliz siendo una celebridad, con sus ventajas y desventajas. Con la
devoción de unos cuantos y el desprecio de otros. Durante años
había sabido lo que era ser ignorada. Invisible. Así que llevaba a
la máxima aquella gran verdad: que hablen de ti, aunque sea mal.
Se
sentía imparable. Triunfadora. Era un volcán en erupción que
arrasaría con todo aquel dispuesto a truncar sus planes. La vida le
había enseñado que ser buena y jugar de acuerdo a las reglas no
servía para nada. Bueno, a no ser que quisieras ser recordada como
una pringada a la que todo el mundo pisoteaba cual chicle pegajoso
escupido en la acera.
─Detesto
el tráfico de Manhattan ─se
quejó.
Paolo
le masajeó los hombros para relajarla, mientras recibía los tirones
de cabello producto del trabajo de la peluquera. Apretó los ojos,
mortificada por el dolor.
Para
presumir hay que sufrir.
Trabajando
en televisión, aquella era una premisa que había tenido que
aprender hacía bastante tiempo. Como si ser mujer y fea fuera
incompatible con triunfar frente a la pantalla. Algo absurdo teniendo
en cuenta que presentadores masculinos y anodinos se veían todos los
días.
─Una
lista rápida de los hechos que esa petarda teñida de Holly Turner
puede utilizar en tu contra
─decidió
Paolo, en un intento por tranquilizarla.
─Demasiados
para ser enumerados en veinte minutos.
─¡Sé
positiva, piccolina!
Debby
sonrió al escuchar el apelativo. Paolo siempre le dedicaba alguna
palabra italiana cuando quería animarla.
─Hablará
de mamá
─Te
ha llamado esta mañana, por cierto.
─Creí
que estabas intentando ser útil ─le recriminó.
La
expresión de su ayudante intentó sermonearla, pero Debby hizo caso
omiso a su indignación.
─Eres
la única persona en el mundo que no adora a Linda Parker.
─Será
porque no es tu madre.
─¡Linda
es fantástica! ─exclamó entusiasmado─. Escritora superventas
del New York Times y cuatro veces ganadora del premio RITA. Sus obras
han sido traducidas a más de una veintena de idiomas, y forma parte
del paseo de la fama de los escritores románticos. ¿Estás
bromeando? ¡Es la caña, tía!
─Has
buceado por la Wikipedia, por lo que veo ─respondió con sequedad.
Sí,
aquella era su madre. Había vivido demasiado tiempo solapada bajo su
sombra, convertida en un fantasma. La pequeña e insignificante Debby
a la que nadie prestaba atención, con enormes gafas de culo de
botella, ortodoncia dental y fea hasta la médula. Gracias a Prada
que la pubertad, el ejercicio físico y un buen estilista habían
obrado milagros en su patético aspecto.
─¿Has
leído su última novela? ¡Candice es la heroína romántica del
siglo! ¿Y qué me dices de Marcus? Oh... Dios... mío...
Paolo
se abanico con las manos, soltando una risilla. Debby puso los ojos
en blanco.
─No
la he leído ─mintió.
En
la vida admitiría que leía las novelas de su madre.
─¡Pues
no sabes lo que te pierdes! ─le agarró las manos para limarle las
uñas─. Deberías dejar el boxeo, te está destrozando la
manicura─, Debby chilló al sentir un nuevo tirón de pelo─. Las
novelas de Linda son maravillosas. Lacrimógenas. Te hacen soñar...
─Literatura
rosa ─desdeñó Debby, poniendo cara de asco.
El
rostro de Paolo manifestó fastidio, pero decidió ignorar el tema
por el momento. Por todos era comentado la diferencia de trabajo de
las mujeres Parker. Mientras una se dedicaba a crear maravillosas
historias de amor, la otra presentaba un programa en prime time
orientado a ayudar a las
mujeres a pasar página.
─¿Qué
más cosas podría utilizar esa arpía en tu contra?
A
Debby empezó a entrarle jaqueca.
─Escarbará
en mi pasado. La relación con Kevin, probablemente.
Paolo
la miró con lástima, cosa que puso a Debby de instantáneo
malhumor. Que se compadecieran de ella le producía una fatiga
insoportable, pues le recordaba aquella infancia mediocre y asquerosa
en la que había sido Deborah, aquella niñita estúpida de la que
todo el mundo se reía. Debby la pringada.
─Intenta
responder de manera educada y distante, que no te altere. Tratará de
tergiversar tus palabras.
Debby
comenzó a hiperventilar.
─Me
dejas más tranquila.
─Eres
la mejor dejando a la gente con la palabra en la boca y cara de
lerdo, ¡Ganarás! ─le aseguró. Paolo era maravilloso dando
ánimos. Entonces, aplaudió complacido al contemplar su aspecto
final. La melena lisa y recta sobre los hombros, el maquillaje
impecable que destacaba los ojos azules y disimulaba su mandíbula
recta, y el vestido ambarino que dejaba sus esculpidos hombros al
descubierto, compitiendo con el brillo dorado y natural de su
cabello.
─Pupa,
¡Estás espectacular!
Ella
sonrió con modestia.
─El
maquillaje hace milagros.
El
coche se detuvo frente al hotel Sheraton. A Debby comenzaron a
sudarle las manos.
─Bobadas,
tú eres preciosa ─le palmeó el trasero cuando ella salió del
auto─. ¡Y ahora sal a comerte el mundo!
Sí,
Debby Parker es una triunfadora.
Pero
en cuanto cruzó el vestíbulo del hotel, empezó a angustiarse.
Delante de todos podía fingir seguridad y una actitud implacable,
pero no iba a mentirse a sí misma. El éxito costaba mucho esfuerzo,
y ella iba desvivirse por mantenerlo.
***
El
sofisticado mobiliario de la suite del hotel Sheraton y las
inmejorables vistas de Central Park que ofrecía la inmensa
cristalera, no impedían que Debby apartara de su mente la
maravillosa idea de emplear alguna de sus llaves de Kick Boxing
contra Holly Turner.
Se
estaba pasando de la raya.
Sus
peores sospechas se habían confirmado. En realidad, para ser honesta
estaba siendo peor de lo que había esperado en un principio. De
hecho, no habría aceptado la entrevista de saber la que se le venía
encima. Porque una cosa era eludir ciertas preguntas de índole
personal, y otra detener los continuos ataques de Holly. Le daba la
impresión de haber salido del ring de boxeo para ir a parar a una
verdadera competición de pressing catch. Y Debby estaba
tirada en la cancha, desorientada y con una masa enloquecida que le
gritaba: ¡Perdedora!
De
pronto, Holly apagó la grabadora.
─Vamos
Debby, no te enfades conmigo. Sólo intento arrojar un poco de luz
sobre tu vida. Eres un personaje muy atractivo para los lectores de
esta revista ─murmuró la palabra personaje con retintín.
─Responderé
a lo que me dé la gana, ya te lo he dicho. Si no encuentras
preguntas más interesantes que formularme que una simple mención a
los artículos de sociedad, probablemente tienes un problema, no yo.
Y para ti soy Deborah.
El
rostro de Holly pareció haber chupado un limón. Las comisuras de su
boca se contrajeron en una mueca de disgusto, o asco, y el rostro
pálido se arreboló por la ira. Bien, al menos no era la única que
empezaba a enfadarse.
─Estoy
segura que no poseías ese aire prepotente y altanero cuando tenías
diez años ─la provocó.
La
simple mención de su infancia hizo que el estómago se le removiera.
Holly lo averiguaba todo, incluso las desavenencias de la cría que
fue en la escuela.
Holly
volvió a encender la grabadora. La competición de balón prisionero
continuaba, y Debby estaba dispuesta a asestarle un balonazo con
todas sus fuerzas. Directo a las gafas de pasta, si se ponía chula.
─Dicen
que el talento es hereditario, al igual que el amor por las cámaras.
¿Salir en la televisión forma parte de tu interés por imitar los
pasos de tu madre?
Imitar.
Aquella palabrita se le atragantó en la garganta. Comenzaban las
comparaciones odiosas con el éxito deslumbrante de su madre.
Obviamente, por muy Debby Parker que fuera, ella siempre salía
perdiendo ante una figura tan portentosa como adorada.
─Mi
carrera profesional no tiene nada que ver con el trabajo de mi madre.
Siento una gran admiración por todo lo que ella hace ─se
justificó, tratando de ofrecer una respuesta acertada─; pero lo
cierto es que la escritura nunca llamó a mi puerta. Soy una gran
lectora, pero lo mío es la televisión.
─¿No
es cierto que hace un par de años le dijiste a una de tus amigas, y
cito textualmente: “los libros de mi madre son un bodrio infumable
que sólo disfrutaría una ama de casa resentida y aburrida por el
sexo que le ofrece su marido”?
¿Amiga?
¡Amiga y un cuerno! Más bien una conocida distante que la había
pillado con la lengua suelta tras varias copas de más.
Debby
fingió sentirse ofendida.
─¿Qué?
¡Por supuesto que no! ¿Quién diría algo semejante sobre el
trabajo de su madre? La literatura romántica merece todos mis
respetos, y admiro a Linda Parker con todas mis fuerzas. Ella es un
ejemplo a seguir ─dijo, deseando sonar convincente.
─Sin
embargo, tú presentas un programa que cataloga el amor como algo
cínico ─la contradijo, encantada de dejarla en evidencia.
─Tu
descripción es bastante errónea. En mi programa, en el que cuento
con un profesional equipo humano, ayudamos a mujeres que lo han
pasado mal por relaciones tormentosas y destructivas. Tratamos de
decirle a la gente que debe quererse a sí misma. No estoy en contra
del amor, eso es absurdo. Tan sólo pienso que hay ciertos tipos de
amor tóxico que hacen daño.
─¿Cómo
tu relación con Kevin O´brian, tu novio de la universidad?
La
pregunta consiguió hurgar en la herida, que aún escocía pese al
paso de los años.
─No
trataré temas personales ─zanjó de manera brusca.
─Supongo
que aún te duele lo suficiente. Es comprensible ─enunció, con
falsa lástima─. Tuviste que ir a tratamiento psiquiátrico durante
algunos años, ¿No es cierto? Tal vez por eso sientes un
resentimiento tan palpable hacia los hombres...
─Eso
no es... ─Debby trató de no entrar en su juego, pero dejarse a sí
misma como un ser patético y vulnerable que aún lloraba por las
esquinas la pérdida del primer amor no iba con ella─. Ir al
psicólogo es sano. Mi relación con Kevin no tuvo nada que ver en
ello. Suponer que sólo los desequilibrados mentales asisten a
terapia es una creencia frívola y desfasada que hoy en día está
superada. Por cierto, te la recomiendo. Te vendría muy bien.
Holly
le dedicó una sonrisa glacial.
─Así
que Kevin no tiene nada que ver con la feminista consagrada que eres
y de la que te enorgulleces.
Debby
se encogió de hombros.
─Si
ser feminista es abogar por la igualdad entre hombres y mujeres,
entonces lo soy ─clamó orgullosa.
─¿También
implica odiar a los hombres?
─No
odio a los hombres.
─¿Tampoco
a Kevin?
─Te
agradecería que dejaras al margen a una persona anónima que no
puede defenderse. Sería descortés por mi parte hablar de alguien
que no es un personaje público.
Tras
sus palabras, Holly comenzó a rebuscar en los papeles que guardaba
en su maletín. Con ojos brillantes que destilaban malicia, agitó
algunos folios. Debby se temió lo peor.
─Bueno,
él no ha tenido la misma consideración hacia ti ─clavó la mirada
en el papel, y leyó con voz poderosa─: hace cuatro años, cuando
al señor O´Brian se le preguntó acerca de vuestra relación tras
tu estrellato televisivo, él dijo: “Debby es una mujer fría como
el tempano, ambiciosa y capaz de pisar a cualquiera que se interponga
en su camino. Me hubiera gustado saber todo eso antes de haberla
conocido. A los hombres les digo, ¡Huid!”
Maldito
Kevin.
─Veo
que has hecho los deberes ─respondió friamente.
Holly
se relamió de gusto.
─Un
tipo encantador Kevin O´Brian ─Holly meneó la cabeza con fingido
pesar. A teatrera no la ganaba nadie ─¿Tiene algo que ver tu
experiencia personal con los consejos que das a las mujeres que
acuden en tu ayuda al programa?
─Me
implico emocionalmente con todas ellas, si es lo que quieres decir.
Doy lo mejor de mí porque opino que ya está bien de admitir que la
peor enemiga de una mujer es otra mujer. He conocido a mujeres
fantásticas en mi programa, y me enorgullece gritar a los cuatro
vientos que siempre saco algo positivo de cada capítulo ─entonces
la miró a la cara. No con cualquier mirada, sino con la mirada
pasional que lanzaba a la cámara cada vez que iba a enunciar un
discurso. Con la mirada del amor hacia su trabajo, convincente e
irrefutable─. Sí, soy culpable de sentir empatía hacia quienes lo
pasan mal. De otro modo, no podría ayudar a quienes me lo piden. Tal
vez sea feminista, pero todas las noches me acuesto pensando que, si
he conseguido que una mujer se quiera más a sí misma e ignore la
opinión de los demás, ha sido una dulce victoria.
***
Salió
disparada del hotel, pero en cuanto puso los pies en Times Square, se
quedó parada de golpe. Mareada por la realidad. Una parte de ella
quería creer que había salido airosa de la entrevista, pero su
autoexigencia la obligaba a flagelarse.
Holly
Turner era la abeja reina del cotilleo, debería haberlo previsto y
preparar aquella entrevista con antelación. O al menos, ser lo
suficiente insistente como para que le hubieran asignado otro
periodista. Sabía de sobra que el entusiasmo de Holly por ser la
encargada de entrevistarla sólo se debía a sus ganas de
destrozarla, pero su ego le había hecho creer que podía plantarle
cara, ¡Qué podía vencerla!
Se
abanicó con las manos, pese a que en pleno Febrero hacía un frío
glacial. Le sudaban las sienes y estaba al borde de la taquicardia.
Hasta que no contemplara la entrevista publicada con sus propios ojos
no se quedaría tranquila. Porque Holly manipularía sus palabras
todo lo que le viniera en gana. No sería ni el primer ni el último
periodista que lo hacía.
Tampoco
quería ser una víctima despedaza por las fauces de Holly, de eso
estaba segura. Esperaba haber sonado contundente, una digna
contrincante sin resultar demasiado agresiva, ni tampoco sonar
apocada.
Qué
difícil es ser políticamente correcta...
Contentar
a la opinión pública era complicado. Mantener un programa en prime
time durante cuatro largos años lo era aún más. La televisión
estaba llena de altos y bajos, y en los índices de audiencia se
fraguaba una guerra diaria. La gente quería contenidos nuevos,
sorpresas constantes. Debby trataba de reciclarse en cada programa,
pero no era suficiente.
Nunca
lo era.
─¿Debby,
eres Debby Parker? ─la voz de una chica joven le habló a su
espalda.
Ella
se giró, todavía dispersa con sus pensamientos.
─Sí,
soy yo.
El
rostro de la chica se transformó, de la sorpresa a la perplejidad.
Rondaba los dieciséis años, y llevaba las puntas del cabello
decoloradas en un tono fucsia. A Debby le encantaba que su programa
tuviera un público tan variopinto; desde mujeres maduras pasando por
jovencitas, universitarias o ancianas.
─¡Oh,
me encanta tu programa! ─exclamó, observándola de arriba a abajo
con interés. Debby leyó aprobación en su mirada─. Mamá dejó de
salir con su último novio gracias a ti. Era un idiota, ya me
entiendes.
Debby
quiso creer que lo hacía.
─¿Puedo
hacerme una foto contigo?
─Por
supuesto.
Giró
el rostro para ser fotografiada por su perfil bueno. Una mujer no
estaba preparada para ser captada por los flashes hasta que no
identificaba cuál era.
─Ha
sido un placer conocerte.
La
chica contempló la fotografía, satisfecha.
─¡Verás
cuando se lo cuente a mis amigas!
Debby
se alejó más alegre. El cariño espontáneo de la gente era una de
las cosas por la que su trabajo merecía tanto la pena. Paró un taxi
con la mano, pero una mujer se le adelantó. Debby lo dejó pasar, al
fin y al cabo era su culpa por no haber llamado con tiempo a su
chófer.
─Debby
Parker ─la estudió la anciana.
Ella
asintió. La mujer la contempló tras el cristal de sus gafas, de
arriba a abajo y con una curiosidad casi maleducada. Entonces torció
el gesto.
─¿Sabes?
En la tele eres más guapa.
Debby
carraspeó molesta, pero fingió que no había escuchado el
comentario. Observó el taxi que se alejaba con la insolente vieja, y
decidió ir caminando hacia los estudios de televisión, que le
quedaban de paso. Aprovechó el paseo para pensar en el programa
especial que dedicaría al día de San Valentín.
Otro
año sola y amargada. Pero, como decía el dicho; mejor sola que
mal acompañada. Y según su amiga Rachelle, San Valentín era un
invento de los grandes almacenes para comprar compulsivamente
chorradas de color rojo en forma de corazón.
Pasó
frente a un escaparate decorado en tonos escarlata, repleto de
corazones para los objetos más peculiares e inútiles. Apretó el
paso.
─Bah.
Al
llegar al estudio, el equipo de maquillaje la estaba esperando. Su
maquilladora habitual volvió a pintarle el rostro mientras alguien
le releía el guión. Debby memorizó las líneas en su mente. Ella
misma las había aprobado, e incluso escribía la mayor parte de lo
que tenía que decir. No se limitaba a ser el típico presentador que
pronunciaba en público lo que otros habían escrito para él. Ella
se implicaba porque era necesario. Porque el directo requería
improvisación la mayor parte del tiempo.
Su
programa necesitaba sinceridad y entusiasmo.
─Debby,
estás en antena en tres... dos...
Se
preparó frente a la cámara, esbozó su mejor sonrisa y contuvo la
respiración. Jamás se acostumbraría a la emoción de estar en
antena. Eso era buena señal. Cuando la pasión te abandonaba lo
habías perdido todo. Tenía como ejemplo a su antecesora: Michaella
Roberts.
─¡Uno!
─¡Buenas
noches a todos! Bienvenidos a Cuéntaselo a Debby, el programa donde
nada es imposible y hacemos realidad los sueños de gente como tú.
Esta noche tenemos historias emocionantes que nos mantendrán con los
nervios a flor de piel, ¿Estáis preparados? ─los gritos de júbilo
del público, en su mayoría mujeres, fueron música para sus oídos.
Estaba en su salsa─. ¡Así me gusta! Manténte pegado a la
pantalla y no te pierdas lo que viene. Historias maravillosas,
desgarradoras y muy humanas que no van a dejarte indiferente.
Se
dirigió hacia el centro del plató para presentar a la primera
invitada de la noche.
─Hoy
está con nosotros Sarah, ¡Un fuerte aplauso para ella!
Durante
unos minutos, se dedicó a hablar con Sarah, tranquilizándola con
preguntas cotidianas. Percibía el histerismo de los entrevistados,
pero tenía la suficiente experiencia para mostrarse receptiva,
presionando en los momentos indicados y otorgándoles espacio cuando
así se requería. Mientras charlaba de manera distendida con Sarah,
sonsacándole lo necesario para que el público se hiciera una idea
de su historia, recibía las instrucciones de su equipo por el
pinganillo.
Sarah
llevaba casada veinte años con el mismo hombre. Se conocieron en el
instinto, y tras quedar embarazada muy joven, ambos habían decidido
que Sarah se encargaría de las tareas domésticas y el cuidado de su
hijo. Al cabo de los años, su marido se había convertido en un
adicto a los masajes con final feliz realizados por jovencitas
tailandesas. Durante demasiado tiempo, había soportado las
infidelidades de su marido, derrotada ante la idea de no ser una
mujer independiente. La insistencia de una amiga provocó que llamara
al número del programa, y el equipo había obrado el milagro. Un
cambio de look para ofrecerle seguridad en sí misma y la obtención
de un empleo para que ganara su deseada libertad.
A
los cincuenta y tres años y sin experiencia previa, encontrar un
trabajo parecía imposible. Excepto para el equipo de Debby Parker.
─Sarah,
ahora quiero que mires a esa pantalla ─le indicó, al escuchar por
el pinganillo que iban a introducir el vídeo─. Hemos podido ver tu
cambio de aspecto y tu conversión en una mujer libre que hace lo que
le da la gana ─se escucharon gritos de júbilo, y Debby guiñó un
ojo a la cámara─. Pero alguien muy especial para ti quiere darte
una sorpresa.
Se
retransmitió el vídeo en el que el hijo de Sahar la felicitaba por
su quincuagésimo tercer cumpleaños, profesando ante millones de
espectadores lo orgulloso que estaba de su madre. Al fin y al cabo,
la vida no se acababa a los cincuenta. Las palabras de aquel joven
lograron emocionar a Debby, que rodeó la espalda de Sarah
“Mamá,
eres la persona más buena que he conocido nunca. Pero estaba harto
de que vivieras para los demás. Es hora de que te consientas a ti
misma, por lo que hoy he decidido ayudarte a cumplir tu sueño.
Gracias a la ayuda de Debby y el programa, viajarás a Egipto para
descubrir esas pirámides de las que me hablabas cuando era un niño.
Te quiero”.
Sarah
se enjugó las lágrimas, el público aplaudió y lloró a partes
iguales mientras Debby se preparaba para su discurso final.
─Ahora
es tu momento Sarah, ¿Quieres decir una última cosa?
Sarah
le arrebató el micro.
─¡Sí!
¡Chúpate esa, Randall! ─exclamó.
Todo
el mundo se echó a reír. La cámara apuntó hacia Debby.
─Esperemos
que Randall esté viendo el programa ─más risas─. Esto ha sido
todo por hoy, pero recordad que cada sábado tenéis una cita
conmigo. Cuéntaselo a Debby, haré que tus sueños se hagan
realidad. ¿Estás harta de ser mangoneada por los hombres? ¿Vives
oprimida bajo la sombra de ese hermano que nunca friega los platos?
¿Quieres lanzarle un último mensaje a ese hombre que jamás te
valoró? Llama al número de teléfono que aparece en pantalla. El
cambio está más cerca de lo que crees, ¡Es tu momento!
La
gente se puso en pie para aplaudir, despidiendo a su presentadora
favorita con el consabido grito de:
─¡Te
queremos, Debby!
Oh,
jamás me acostumbrare a esto.
En
cuanto salió de escena, Debby se quitó los zapatos de tacón y
suspiró satisfecha. Programa número ciento cuarenta y cuatro
realizado con éxito. Uno más en la larga carrera de Debby Parker.
Sí, en aquel momento se sentía imparable.
¿Qué
podía salir mal cuando cumplías los sueños de otras personas?
Uno
de sus compañeros le palmeó la espalda.
─¡Buen
trabajo, Debby!
Ella
se estiró sobre el sofá de su camerino, abrió el bolso y buscó el
ipad para actualizar su correo. No obstante, una noticia llamó
poderosamente su atención. Poco a poco, sintió como la satisfacción
inicial daba paso a un creciente arrebato de ira que lo consumió
todo.
Scott
Riley ficha por la MBC. A Debby Parker le ha salido un duro
competidor. ¿Logrará la estrella de la MBC salir airosa de
semejante duelo? ¡Hagan sus apuestas!
Estudió
la fotografía del presentador más insoportable, egocéntrico y
chulo sobre la faz de la tierra. La clase de hombre por el que Debby
sentía una animadversión irracional. El oyuelo en la barbilla, el
cabello pelirrojo y algo alborotado que parecía decir alguien me
ha despeinado tras hacerme pasar un buen rato, y los ojos
ambarinos, risueños, de pendenciero nato.
Se
levantó de golpe y sintió como todas sus pesadillas y sus peores
temores se hacían realidad.
─Debe
de ser una broma.
Sección
de sociedad de la revista Actuality
Desenmascarando
a Debby Parker
¿Alguna
vez se han preguntado por qué la celebridad neoyorkina jamás ha
acompañado a su madre a sus numerosas recogidas de premios?
Quienes
la conocen dicen de Debby que es tan competitiva que incluso siente
celos de su propia progenitora. Tal vez la razón radique en los
numerosos matrimonios de la famosa Linda Parker, pues al parecer,
Debby jamás superó la pérdida de su padre. De un modo u otro, me
espanta la frialdad de la rubia de América. ¿Es Debby tan altruista
como la pintan? Sinceramente, lo dudo. Viviendo en un apartamento de
trescientos metros cuadrados en pleno Upper East Side y renegando de
la mujer que la trajo al mundo, no puede ser, lo que se suele decir,
un dechado de virtudes. ¿Campaña de marketing o filántropa
feminista?
Juzguen
ustedes mismos.
Por
Holly Turner.
2
¡Esto es la guerra!
Cruzó
a toda prisa los estudios de la MBC en dirección al despacho del
director ejecutivo. El sonido de sus tacones sobre el suelo de mármol
provocó que la mayoría de los trabajadores se apartaran de su
camino. Sus pisadas parecían gritar: estoy enfadada, así que no te
metas conmigo.
La
única persona que se atrevió a detenerla a escasos metros del
despacho fue Robin Smith, que la agarró del codo para arrastrarla
hacia un lugar apartado.
─No
estoy de humor, Robin ─gruñó Debby.
─Ya
te has enterado.
Robin
presentaba un programa de cocina en su cadena, además de formar
parte de su grupo de amigas. Había sido madre a los diecisiete, y
conocía lo suficiente a su amiga para intuir el cabreo que
enmascaraba su impoluto aspecto.
─Al
parecer, todo el mundo lo sabía excepto yo.
─No
seas ridícula. La cadena lo ha llevado con la mayor discreción,
supongo que para que la competencia no se le adelantara. Todos nos
hemos enterado hoy. Ya sabes que Scott Riley es el fichaje estrella
de esta temporada y... ─se detuvo al escrutar el rostro lívido de
Debby─. Vamos cariño, no te pongas así. Tú eres insustituible.
¡Eres la estrella de la MBC!
Debby
se la apartó como una molesta mosca, y antes de que su amiga pudiera
frenarla, abrió de golpe la puerta del despacho de Stuart, que
estaba hablando por teléfono mientras su secretaria tomaba algunas
notas. Con un movimiento de cabeza dirigido a su empleada, la mujer
salió del despacho y Debby ocupó su lugar. Ni siquiera se molestó
en sentarse.
─¡He
tenido que enterarme por las puñeteras noticias! ─le reprochó.
Stuart
colgó el teléfono.
─Buenos
días, Debby.
─Lo
serán para ti.
─Tranquilízate.
Su
rostro hirvió de ira, pero hizo un gran esfuerzo por sentarse en el
asiento colocado frente al escritorio de Stuart. Perder los nervios
no le serviría de nada, excepto para parecer una histérica a los
ojos de su jefe.
─Imagino
que tu humor se debe a la reciente incorporación del señor Riley a
la cadena ─comentó con naturalidad.
─No
me vengas con esas, Stuart.
─Tenía
pensado ponerte al tanto de la situación, pero te has adelantado al
entrar en mi despacho.
─¿Ah,
sí? ¿Y cuándo ibas a llamarme? ¿Cuándo encendiera la tele y
viera el rostro de ese cretino en pantalla?
─Ya
veo que Scott no te merece gran respeto ─eludió su reclamación.
─Me
resultaba indiferente hasta hace doce horas. Pero sabes de sobra que
no se trata de él. Esto tiene que ver demasiado conmigo, ¿No es
cierto? ─su voz delató cierto temor. Deseó que Stuart le dijera
que sus sospechas eran infundadas, pero el hombre sólo se dedicó a
encender un cigarrillo. Debby perdió la calma─. ¡Así es como
vais a deshaceros de mí, por la puerta de atrás! ¡Soy la estrella
de la MBC, os he regalado cuatro años de récords de audiencia!
Llegué aquí cuando nadie apostaba un duro por esta cadena. Os
faltaban los anunciantes, os ibais a pique y...
─Nadie
va a deshacerse de ti, Debby. Todos te admiran y te agradecen tu
dedicación exclusiva a la cadena ─la interrumpió Stuart.
Aquel
halago no consiguió tranquilizarla.
─Pero...
─lo animó a continuar.
─Pero
ya sabes como son las cosas. El presidente y los accionistas estaban
un poco preocupados por los últimos índices de audiencia, así que
decidieron fichar a Scott. Las cadenas necesitan rostros nuevos que
atraigan a más espectadores, tú tienes tu público pero Scott...
─Es
un hombre ─respondió rabiosa.
Siempre
se reducía a ese pequeño detalle con miembro viril.
Stuart
resopló.
─Scott
es una cara nueva ─la contradijo─. Eso es todo.
─Resúmeme
brevemente en qué me afectara la llegada de ese tipo ─exigió.
─Bien
─Stuart aplastó el cigarrillo dentro del cenicero, se inclinó
sobre el escritorio y esbozó un gesto adusto─. A Scott se le
ofrecerá la noche de los viernes por el momento.
─Pero
ese espacio pertenecía a Eddie.
Stuart
soltó una risita.
─Tú
lo has dicho, pertenecía. Pasado.
A
Debby se le desencajó la expresión. Eddie llevaba veinte años a la
cabeza de un programa inamovible de la parrilla, y lo sustituían por
un recién llegado. Empezó a odiar a Scott Riley sin ni siquiera
conocerlo.
─Pero
si supera tus índices de audiencia, su programa pasará a emitirse
la noche de los sábados ─concluyó.
Reemplazada.
La
palabra martilleó en la cabeza de Debby. Reemplazada. Reemplazada.
¡Reemplazada!
¿Y
todo por un tipo que en un par de meses había pasado a empapelar las
carpetas de un millón de adolescentes con las hormonas revueltas?
─Pero
Stuart... los sábados se emite mi programa... ─le recordó de
manera inocente.
─Pensé
que nunca te darías cuenta, querida ─encendió otro cigarrillo
como si nada. Como si no hubiera enviado a Debby hacia un montón de
mierda apestosa que le llegaba hasta las rodillas─. Como yo lo veo,
tienes dos opciones. El público te adora, y en la cadena te estamos
muy agradecidos, así que podrías hacer un último programa a lo
grande mientras pensamos en un nuevo formato del que tú seguirás
siendo la estrella absoluta. O puedes quedarte a esperar que Scott te
arrebate la noche de los sábados.
─¡No!
─Debby se levantó de golpe, lo que provocó que su silla cayera al
suelo─. De ninguna manera voy a deshacerme de Cuéntaselo a
Debby, ¿Me has entendido?
─Sé
razonable. Son muchos años con el mismo contenido. La gente
terminará por aburrirse. Siempre sucede. Son como niños, desechando
los juguetes viejos por juguetes nuevos.
─No
fastidies, Stuart. Tú estás más arrugado que una pasa y nunca
pensé en tirarte a la basura.
Hasta
ahora.
─Si
te doy este consejo, es porque te tengo cariño.
─¡Pues
piensa en otra cosa!
Stuart
se encogió de hombros.
─Son
órdenes de arriba. Ya sabes lo que les importa ─le recordó─. Es
sólo un programa, Debby.
No,
no lo es.
Era
su programa. Su sueño hecho realidad. La razón de vivir a la
que se había dedicado durante los últimos cuatro años. ¿Y
pretendían arrebatárselo por un recién llegado de Oklahoma?
─¿De
qué trata el programa de Scott? ─preguntó, intuyendo la verdadera
razón de la petición de Stuart.
─Céntrate
en tus cosas, Debby. Te aseguro que te irá mejor si...
─¿De
qué trata? ─insistió─. ¿Deportes de riesgo? ¿Cámaras
ocultas? ¿Coches? ¿Mis dulces dieciséis?
─Amor.
─Amor
─repitió con asco.
A
ese paso, acabaría vomitando arcoiris.
─Es
un programa en el que la gente se apunta para encontrar el amor. Les
hacen test de compatibilidad, y tres candidatos luchan por conquistar
al que puede ser el hombre o la mujer de sus sueños. La pareja que
se crea gana un viaje televisado a Hawaii, o alguna de esas islas
paradisíacas.
─Hawaii...
Bombay...¡Así que es eso! Pretendéis desbancar mi programa por
algo completamente opuesto ─bramó indignada.
─Comprende
que mantener dos programas tan contrarios en la parrilla es...
─Muy
hipócrita.
─Yo
iba a decir complicado.
─¿Sabes
lo que pasa? ¡Qué os jode que una mujer triunfe en un mundo de
hombres!
Stuart
también se levantó, demasiado harto por sus continuos reproches.
─¡A
mí no me sueltes toda esa mierda feminista! Fui yo quien te dio una
oportunidad cuando nadie apostaba un duro por ti ─le recordó.
Tenía
razón, pero Debby se sentía demasiado traicionada para razonar con
claridad.
─Haré
que os traguéis vuestra decisión, te lo juro. Batiré tantos
récords de audiencia que tendréis que echar a Scott Riley de una
patada en el culo ─le aseguró.
Stuart
la contempló con compasión.
─Debby...
sé razonable. Te buscaremos otro programa y seguirás siendo la
estrella de la MBC
Ella
abrió la boca, indignadísima.
─¡Ya
soy la estrella de la MBC!
De
un portazo, salió del despacho de Stuart echando humo por las
orejas, pero con la certeza de que haría lo que fuera por mantener
su programa en la parrilla. Nadie, ni siquiera ese Scott Riley de
pacotilla, le arrebataría lo que tantos años le había costado
conseguir.
Entró
al ascensor ya cavilando en sus distintas opciones para incrementar
los índices de audiencia, demasiado perdida en sus pensamientos como
para prestar atención al hombre que había dentro y la observaba con
curiosidad. Pulsó el botón de la primera planta y pegó la espalda
a la pared, dedicándole un escueto hola al extraño que había
a su lado.
─Debby
Parker, tenía muchas ganas de conocerte ─habló una voz cálida y
sureña.
Una
mano grande y masculina se colocó frente a su rostro. Rodó los ojos
hacia el hombre que le extendía la mano a modo de saludo, pero al
ver a quien pertenecía, le soltó un manotazo más propiciado por su
sorpresa que por su verdadera intención.
Scott
se acarició el dorso de la mano sin perder la sonrisa, aunque las
arrugas de su ceño evidenciaron que aquel guantazo lo había
trastocado. Debby pensó que tenía una sonrisa irresistible... para
cualquier mujer a la que no pretendiera arrebatarle su programa de
televisión. Detestó de inmediato aquella media sonrisa ladeada de
dientes perfectos, y el hoyito de la barbilla tan sexy. El cabello
pelirrojo le salpicaba la frente, y los ojos dorados la miraban con
interés.
─No
sabía que en Manhattan te saludaban con un guantazo ─bromeó.
Debby
deseó enseñarle lo que era un verdadero guantazo, pero se contuvo.
Estrechó la mano que seguía extendida con un apretón seco, y se
impacientó cuando aquel hombre no se la soltó durante unos minutos
que se le hicieron eternos. Tuvo la extraña impresión de que le
acariciaba los nudillos provocativamente hasta que la liberó.
─Bienvenido
a la MBC.
Supo
que su voz había sonado como quien enviaba a alguien al mismísimo
infierno, pero le trajo sin cuidado. No estaba obligada a ser amable
con aquel tipo.
─Ya
veo que se ha dado mucha prisa en llegar a Manhattan. Ha debido de
hacer un largo y tedioso viaje ¿A qué distancia está su pueblo?
─enunció la palabra con desapego.
Scott
captó la burla de aquel tono. Le habían advertido que la señorita
Parker no se tomaría con deportividad su llegada a la cadena, pero
no había previsto tal grado de antipatía.
─Shawnee
es una ciudad ─la corrigió. Vislumbró el desdén con el que ella
recibió aquella información. Con toda probabilidad, para ella no
era más que un redneck1
sureño que conducía una ranchera con la ventanilla bajada mientras
escuchaba música country en la emisora local─. Pero vengo de San
Francisco de trabajar para la KPIK.
─La
televisión local, qué interesante.
La
naturalidad con la que menospreció su trabajo comenzó a irritarlo.
También le habían comentado que la señorita Parker era una esnob
que desairaba a todo aquel que creía que no estaba a su altura, pues
ella era la estrella indiscutible de la MBC.
Desde
luego, su aspecto impecable y aquella melenita dorada hacían juego
con su carácter pedante. Detestó cierta furia en los ojos azules
que ella fue incapaz de ocultar, cosa que lo intrigó.
─No
se sienta superado por la MBC, señor Riley. Si bien es cierto que
Eddie ha dejado el listón muy alto.
Aunque
no utilizó aquellas palabras, Scott estuvo seguro de que aquella
mujer le estaba diciendo que no era más que un ignorante que apenas
había salido de Oklahoma.
─Admiro
a Eddie. Estaré a su altura, no se preocupe.
Ella
le dedicó una sonrisa torcida.
─Oh,
sí. Todos lo esperan de usted ─ironizó.
Scott
entrecerró los ojos, cada vez más airado. Por lo general, era un
hombre que gozaba de buen humor, pero aquella condenada mujer estaba
consiguiendo sacar lo peor de él.
─Me
han contratado por algo ─respondió sin más.
─Estoy
segura.
Percibió
el desafío de su voz. Optó por mostrarse cortés, pues eran un par
de desconocidos.
─Buen
programa el del sábado, por cierto.
Al
escuchar aquel cumplido que ella recibió como una burla, accionó el
botón de parada con todas sus fuerzas. La sacudida del ascensor la
envío hacia el duro pecho de Scott, que la agarró de los antebrazos
para que no cayera al suelo. Irritada por el contacto, Debby se
apartó echándose hacia atrás.
─Muy
bien, dejémonos de fingimientos absurdos ─le espetó, fulminándolo
con la mirada. Scott la contempló tan intrigado como desconcertado─.
Eres un completo desconocido que ha llegado hasta aquí por un
compendio de buena suerte y carisma barato. Has acabado con Eddie,
pero te hará falta mucho más que un rostro agradable y una
sonrisita estúpida para desbancarme. Te echaré de la cadena antes
de que logres amarrarte los cordones.
─Disculpa...
─Así
que ni se te ocurra fingir que podemos llevarnos bien, porque no se
me ha pasado por la cabeza. No he trabajado duro durante cuatro años
para que un paleto de Oklahoma con pintas de vaquero me arrebate lo
que me pertenece.
¿Acababa
de llamarlo paleto? Scott estaba tan mudo por el asombro y la
indignación que no consiguió replicar nada cuando ella volvió a la
carga.
─...
no sé qué culo habrás besado para ir a parar a la noche de los
viernes, ¡Pero los sábados son míos! ─bramó, apuntándole con
un dedo sobre el pecho. Scott sintió deseos de mordérselo, pero
tuvo la impresión de que podría envenenarse─. Cuidado con lo que
pretendes, porque puedo convertirme en tu peor pesadilla. Te enviaré
a dar un rodeo de toros antes de que me reemplaces. Tu lugar no es
este, vaquero.
─¿Has
terminado?
El
pecho de ella subía y bajaba por la emoción. Tenía las mejillas
sonrosadas por el arrebato, pero logró asentir con expresión
jadeante. No supo qué se apoderó de él cuando, al inclinarse para
pulsar el botón que lo devolvería al mundo real, se apoderó de su
boca y la estrechó por la cintura.
Debby
cerró los ojos, conmocionada. Le ardió todo el cuerpo al sentir
aquella boca suave y cálida aplastarse contra la suya. Las manos de
Scott le recorrieron la cintura, enviándole descargas eléctricas
que le erizaron el vello de la piel. Apretándola contra sí,
confundiéndola durante unos segundos. Drogándola con un beso tan
extraño como magnético.
Cuando
Scott se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, la soltó de golpe y
deslizó el brazo hasta que consiguió accionar el botón. El
ascensor se sacudió antes de ponerse en marcha, y Debby se golpeó
la cabeza contra la pared. Atontada, tartamudeó una réplica que se
estancó en su garganta.
─Creí
que no te callarías nunca ─le soltó él, como si nada─. Por
suerte, a los vaqueros nos enseñan bien como amansar al ganado.
Debby
contempló anonada el botón que él acababa de accionar. Aquel beso
chulesco la había dejado con dos palmos de narices. ¿Acababa de
llamarla vaca? Tras el shock inicial llegó la ira.
─Si
esa es tu manera de impresionar a las chicas, resultas patético ─se
mofó.
Scott
la contempló de reojo. Las mejillas encendidas, el pelo revuelto y
los labios hinchados. La había dejado con la palabra en la boca y la
desorientación más absoluta. Dios, cuánto había disfrutado
poniendo a esa lagarta en su lugar.
─Creo
que a ti te he impresionado lo suficiente.
Que
él continuara sonriendo la sacó de sus casillas. Se cruzó de
brazos, comprendiendo que Scott Riley sería un rival más duro de lo
que había imaginado. Los labios le ardían por el beso... y la
vergüenza.
¡Por
qué demonios le había permitido hacer tal cosa!
─Así
que esa es tu táctica. Tomas todo lo que no te pertenece ─lo
provocó.
─Tomo
lo que se me ofrece. Este trabajo, esa boca... ─le pellizcó el
labio inferior antes de que Debby pudiera reaccionar─. Así
funcionan las cosas. Supéralo rubia.
Algo
se desató en su interior cuando lo escuchó llamarla de aquella
manera.
─Terminarás
tragándote tus palabras ─le juró rabiosa.
Las
puertas del ascensor se abrieron, pero ninguno de los dos salió.
─No
me hagas que vuelva a silenciarte ─sin poder evitarlo, Debby le
miró la boca. Asustada, dio un paso hacia atrás─. Creí que sólo
producías dolor de cabeza si alguien sintonizaba tu programa, pero
me equivocaba. En persona resultas más insoportable.
Debby
dio un respingo, ofendida en lo más profundo de su ser. Primero la
besaba, y luego le hacía un desplante con aquel aire chulesco. ¡A
ella, a Debby Parker!
─Pues
eso no es nada comparado con la jaqueca que te produciré cuando tu
programa se estrelle. Te recomiendo que empieces con las aspirinas.
Salió
del ascensor y se revolvió para despedirse.
─No
ha sido un placer.
─Lo
mismo te digo.
Ella
se limpió la boca con el puño de su americana.
─Te
cortaré la lengua antes de que vuelvas a intentarlo.¡Cochino
misógino!
─Ni
por todos los sábados del mundo, rubia ─le dijo, eludiendo a su
ansiado programa.
Debby
se dio la vuelta y caminó apresurada hasta la salida, tropezándose
con un hombre cargado de papeles. Se cayó de culo y se le levantó
la falda, mostrándole a Scott una interesante porción de su trasero
en ropa interior de encaje. Escuchó la grave risa de él,
avergonzándola todavía más. Levantándose de golpe, se irguió con
dignidad y salió de allí con la cabeza bien alta.
No
se volvió una última vez para mirarlo.